Objetos, papeles, miniaturas inmóviles desde siempre, pero listas a responder a la inquisición de dos o tres generaciones si se ofrece. Pequeñas cosas inanimadas, que sin embargo, hablan y despejan nuestras dudas, establecen las fechas de cualquier historia familiar y puntualizan sus diversas circunstancias.
Hace unos días, al final de una conferencia en el Archivo Municipal de Saltillo, varias entusiastas y jóvenes señoras solicitaron la atención del público asistente para explicar y solicitar apoyo para el proyecto que se proponen llevar a cabo, como parte del diplomado de historia que cursan en la Universidad Iberoamericana: la creación de un fondo archivístico con el tema ?Papeles de Familia?.
Se trata de reunir, ordenar, catalogar y al final poner a disposición de investigadores e historiadores -en forma segura y organizada-aquellos objetos, escritos y diversos objetos antiguos que cada clan familiar de Saltillo, Ramos Arizpe, Parrras, General Cepeda y Arteaga logre rescatar de los roperos, castañas, cómodas y cualquier otro mueble de sus propios hogares.
¿Para qué sirven los archivos familiares privados y especialmente los archivos históricos públicos? Todas las personas tenemos una inclinación intuitiva que nos impulsa a preservar algunos papeles fuera de uso práctico, pero importantes de alguna manera, que después harán bulto en reducidos espacios para convertirse en aparentes estorbos. No los destruimos: un día nos servirán, pensamos, pues solemos evocar que cuando niños encontrábamos en las habitaciones de los abuelos intrigantes cartapacios de cuero atestados de papeles, al parecer valiosos, que cambiaban de color con el transcurso del tiempo o difuminados por haber estado expuestos a la luz del Sol, lo cual los hacía transitar de un blanco luminoso a un amarillo enfermizo: viejos papeles que los abuelos guardaban en la vieja castaña, siempre inmóvil en el mismo rincón de su alcoba, unidos a las fotos familiares en color sepia y varias reliquias personales: el reloj de bolsillo de papá grande que ya no funcionaba; un arete sin pareja de la abuela, porque el otro, platicaba la mayor de las tías, lo perdió al bailar una polka en la boda de su hermana menor; las añosas actas del registro civil de todos los hijos, arrugadas, algo rotas, pero aún legibles; las tarjetitas de los bautismos y de cada primera comunión, las esquelas de los parientes difuntos, participaciones de las bodas familiares y atados con listón color de rosa con los muchos retratos, unos grandes, otros medianos y algunos otros diminutos, casi miniaturas, de cada uno y de todos los miembros de la familia, con o sin dedicatoria; el recordado misal de la tatarabuela, el críptico libro de cuentas del tendajo del bisabuelo, la escritura con letra Palmer de la casa paterna y un largo etcétera de pequeñeces que ni ellos sabrían por qué, ni para qué, habían conservado tan celosamente.
Objetos, papeles, miniaturas inmóviles desde siempre, pero listas a responder a la inquisición de dos o tres generaciones si se ofrece. Pequeñas cosas inanimadas, que sin embargo, hablan y despejan nuestras dudas, establecen las fechas de cualquier historia familiar y puntualizan sus diversas circunstancias.
Todas son, en síntesis, la prueba de vida de cada clan consanguíneo; pistas, huellas y evidencias que enriquecerán la crónica de esa otra familia grande que son las ciudades, las regiones y los países. Qué importantes son estos archivos privados pues dan tanta luz sobre los protagonismos de cada parentela que pensamos: ¡cuánta mayor claridad no darán los archivos oficiales a la ingente e impostergable tarea de reconstruir la historia colectiva, siempre tan rica en acontecimientos gloriosos!?
Para nuestra fortuna los registros privados y públicos existen, a pesar de las múltiples agresiones que, antes y ahora, les infligen la ignorancia y el burocratismo. Por estos cedularios podemos identificar las diferencias entre nuestra contemporaneidad y la del ayer; la conducta de las generaciones que nos precedieron y el comportamiento de las actuales; y también reflexionar y deducir si somos herederos dignos y capaces de nuestros predecesores, o sólo indiferentes legatarios.
La intención es crear en esta capital un fondo archivístico regional que exprese el interés histórico de cada clan a partir de esos pequeños recuerdos, documentos, retratos, reliquias, etc. que hayan resistido la fatiga del tiempo y las agresiones del olvido y de la irresponsabilidad y así generar, cosa que hace muchos años deberíamos haber hecho, una memoria colectiva que sirva a Coahuila y por ello nos entusiasme y enorgullezca.
Ya se hizo esto y con mucho éxito, como apuntamos arriba, en la Región Lagunera con los ?Papeles de Familia? que iniciara María Isabel Saldaña dentro de la misma Universidad Iberoamericana? ¿por qué no hacerlo con toda la entidad??
Recomiendo a mis pocos lectores que reflexionen en la posibilidad de apoyar esta empresa de la inteligencia buscando en sus casas todo lo que pueda constituir un material ad-hoc para estos archivos familiares y luego lo sometan al concurso, con importantes premios, que para ello fue convocado por la Universidad Iberoamericana y su grupo de historia.