La presencia del empresario Carlos Slim Helú en la reunión de la Conferencia Nacional de Gobernadores celebrada en nuestra ciudad esta semana, sirve a una causa que pretende fortalecer la vida social e institucional en nuestro país de cara a las elecciones federales del año entrante.
A ello obedece que los gobernadores asistentes se hayan sumado al llamado Acuerdo Nacional para la Unidad, el Estado de Derecho y el Empleo, también conocido como Pacto de Chapultepec.
Lo primero que salta a la vista es la obviedad del tema. Se supone que si como sociedad vivimos un Estado de Derecho integrado por reglas de conducta emanadas del Poder Legislativo, se hace innecesario el que los gobernadores de los Estado signen un compromiso de respeto a ese orden normativo.
Otro aspecto concierne a cuestionar la legitimidad de la presencia de Slim como líder social que como tal, se sienta a la mesa de los gobernadores y del secretario de Gobernación como un interlocutor aceptado en términos de su presencia en la comunidad, como empresario que tiene el mérito de haber convocado a la firma del Pacto de Chapultepec a un conjunto de personajes conocidos de nuestra vida pública, en los ramos de la cultura, la ciencia, la educación, los negocios, etcétera.
También esto último ha sido objeto de crítica, pues no falta quién califique esta escena con el adjetivo de plutocrática y a los suscriptores del Pacto de Chapultepec con el peyorativo de Junta de Notables. Alguien más ha dicho que el citado pacto, no es sino una forma de proteger los negocios de los grandes capitales, de cara a los acomodos que el relevo sexenal traerá consigo.
No obstante las críticas, la suma que resulta de la reunión es positiva.
El orden jurídico normativo es un conjunto de reglas abstractas y supuestos por realizarse en el cumplimiento, a partir de la voluntad humana. Las estructuras del Estado son un instrumento inerte, que para su eficacia requiere del compromiso de gobernantes y gobernados asumido cada día de manera expresa, por lo que la suscripción de objetivos concretos entre Gobierno y sociedad nunca está de más.
La presencia de Carlos Slim en el evento que nos ocupa, es signo de una apertura plausible que lejos de condenarse, debe ampliarse para dar oportunidad a encuentros semejantes entre autoridades y líderes sociales de todos los niveles y tan diversos como diversa es la sociedad mexicana.
Ojalá que en todos los rincones de la patria se promueva la cultura de la civilidad y la solidaridad que contribuya a la cohesión entre gobernantes y gobernados de todos los segmentos sociales, que contribuya a mantener la gobernabilidad y la paz social en la próxima transición sexenal.
El reto es pasar de la fotografía ceremonial a los hechos. Los mexicanos de hoy día somos un pueblo cansado de los excesos y desvíos cometidos en nombre de una democracia incipiente, por una clase política subdesarrollada que se solaza en el denuesto del adversario y en la denigración propia y ajena.
A ello corresponde el reclamo de López Obrador de esta semana, que frente a las facciones del Partido de la Revolución Democrática que se disputan las candidaturas a diputaciones y senadurías en términos tales que amenazan la unidad de ese instituto, llamó a los militantes de su partido a dejar de practicar “política ratonera”.
Lo anterior no es sino un botón de muestra, del cúmulo de injurias que en ausencia de discurso y propuesta se han proferido entre sí los políticos en los últimos años, frente a una sociedad expectante que dentro de ocho meses algo tendrá que decir en las urnas, en términos de calificar las actitudes y el desempeño de partidos y candidatos.
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