EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Padres culpables/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Leí anteayer en un periódico de Saltillo las reflexiones de mi joven y respetado amigo Jorge L. Torres sobre los hombres desobligados y el consecuente abandono a que condenan a sus hijos cuando, separados o divorciados de su esposa se niegan a otorgarles los “alimentos” a que jurídicamente los obliga su paternidad, lo cual no consiste solamente en la comida, pues son también el techo de un hogar, el vestido, la asistencia médica y las medicinas, más la educación integral, desde los años de preescolar hasta la preparación académica profesional.

Comparto su preocupación y puntos de vista. Cuando a los matrimonios llega el dramático momento de una separación de facto, o judicial, son las esposas y madres de la prole habida en la unión quienes, guiadas por un profundo instinto de responsabilidad moral, asumen y aún pelean la patria potestad sobre los hijos en una suprema decisión que las conduce a creer, benditas ingenuas, que las leyes las protegerán de todo a todo. Pero eso no sucede porque si bien existen abogados que logran plantear y ganar una exitoso juicio de alimentos, igual hay otros que se especializan en defender al demandado y ayudarlo a evadir con triquiñuelas su responsabilidad de padres de familia.

Así que algunos ex maridos suelen liberarse de las cargas económicas de una paternidad responsable y previo divorcio, quedan en situación económica solvente y pueden adquirir otro compromiso matrimonial, con nuevas responsabilidades económicas que no les hacen mella puesto que las de su primer matrimonio fueron asumidas voluntaria o legalmente por las esposas.

Estos realistas comentarios y una desgraciada noticia que más tarde sintetizaré, me hicieron reflexionar en lo enrevesada que está la sociedad en estos tiempos de absoluta banalidad, de mucha televisión y pocos libros, de excesiva obsequiosidad y ausencia de obligaciones para los hijos, más una consciente permisividad familiar que sacrifica lo importante en aras de la trivialidad social. Los hijos, abandonados o no, crecen todos bajo la preponderante y nociva influencia del medio social en que se desarrollan, y no siempre resultan ser lo mejor.

¿Cómo ven los jóvenes al matrimonio? Muchos sienten, cuando su noviazgo alcanza un compromiso de verdadero amor, la gran ilusión de unir existencias, tener hijos y formarlos, y llegar al culmen de la felicidad, como sus padres o como sus abuelos lograron hacer. Pero otros, y quisiera suponer que son los menos, no ven las nupcias como el inicio de una emocionante y eterna aventura, sino como un doble y latoso requisito formal que impone la Iglesia y valida el Gobierno. ¿Cuántos novios y novias que se casan cada día habrán sabido atender, entender y aceptar la responsabilidad implícita en la unión conyugal y la natural consecuencia de una paternidad consciente y solidaria que previenen las leyes civiles y religiosas? ¿Cuántas muchachas modernas pero inocentonas van al matrimonio engañadas por algún vival que luego las repudia y abandona?

A veces tenemos la impresión de que los novios se preocupan más, según sea la clase socioeconómica a la cual pertenecen, por singularizar su boda; es decir, hacerla mejor que las que han visto y compartido en su círculo social, las “más fregonas” cuya celebración “a toda máuser” constituya un éxito difícil de superar. Lo que pueda decir el señor Cura o la señora Oficial del Registro Civil se irá con el viento y en su memoria sólo quedará grabada la bonita música de la ceremonia religiosa y la “muy perrona” de la orquesta que amenizó el baile; las fotografías de los eventos, la crónica de los diarios, un video mal filmado, la aparente jocundia de ambos padres y las preocupadas lágrimas de ambas madres, que bien saben ellas lo que es posible esperar de ese gran riesgo llamado matrimonio.

En las Universidades y Tecnológicos deberían impartir un taller sobre el matrimonio y sus compromisos. Sabemos que la Iglesia y el Estado obligan a los novios a una especie de ejercicios éticos prematrimoniales, pero los novios asisten a ellos sólo para cumplir una molesta obligación, no para intentar entender el alcance del trascendente paso que se han propuesto dar y los graves compromisos que adquieren entre sí y ante los hijos.

Las consecuencias de la improvisación matrimonial pueden ser muchas, desde llevar una vida infernal o aburrida en el hogar hasta la procreación de hijos que, mal educados y peor vigilados, puedan transformarse con el tiempo en unos verdaderos monstruos. Este caso lo ilustra una información procedente de Fresnillo, Zacatecas- Hela aquí:

“Todos tienen entre 18 y 20 años de edad. Son hijos de acaudalados empresarios y comerciantes de esta localidad: un grupo de jóvenes que para romper el tedio de sus noches de tragos decidieron ocupar sus madrugadas en golpear a cuanto indigente deambulaba por las calles del pueblo, o dormitaba recostado en alguna esquina. Pero decidieron ir más allá y en su mundo etílico se impusieron la misión de “limpiar la ciudad de basura humana. La madrugada del domingo 24 de abril bañaron con gasolina y prendieron fuego a Javier González Romero, un indigente de 60 años, quien murió horas más tarde en un hospital de Zacatecas. Sólo uno de los siete jóvenes presentes en este asesinato fue detenido (los testigos lo señalan como el principal culpable) Se trata de Ricardo Wong Morones, conocido como El Pichu, quien huyó presumiblemente a Alemania”.

Como para ponernos a temblar ¿no les parece?...

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 151229

elsiglo.mx