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Padres que aman demasiado/Diálogo

Yamil Darwich

En los últimos años se ha recrudecido el problema de los paseos públicos, con jóvenes que transitan una y otra vez por avenidas como la Central, de la Colonia Torreón Jardín y/o la Madrid, de San Isidro, causando caos y desorden. Ni qué decir del desorden por las discotecas y bares, cosa grave.

Esta es una tradición nada nueva en la Comarca Lagunera. Baste recordar los finales del siglo XIX y primera mitad del XX, cuando se daban los paseos por la avenida Hidalgo, del centro de Torreón; los jóvenes caminaban por las afueras de la Papelería El Modelo y la Ciudad de París escuchando las bandas musicales, que desde los Hoteles Iberia y Salvador interpretaban música norteamericana, entremezclada con la mexicana. Los mayores bebían Ginn Fizz o simple cerveza y también en aquellas épocas presumían los carros último modelo, ante las jovencitas que deambulaban sobre las aceras, estableciendo una bonita costumbre que los más viejos recuerdan con nostalgia.

Avanzados los años, esa misma tradición se repetía con igual sentido social; entonces, a lo largo de la avenida Morelos, los muchachos de la segunda mitad de la centuria anterior, daban vueltas y vueltas en sus autos a velocidades desesperantes, con altos, continuos y prolongados, en vehículos nuevos y otros no tanto –de ahí viene ¡“apúrate”!, ¿crees que vas por la Morelos?”–, a la vez que otros caminaban por las aceras, saludando, flirteando, haciendo nuevas amistades. La tradición incluía tomarse unas cervezas, o algo “más fuerte”, en los alrededores de la Alameda Zaragoza, tradición que se conocía como “ir a la botana”, que incluía la presencia de música de tríos y hasta mariachis. Muchos de los matrimonios de La Laguna se iniciaron con sendas presentaciones sociales en esos lugares.

Sin embargo, el cambio se ha sentido. Hoy esos jóvenes suelen consumir cerveza y otras bebidas de mayor graduación alcohólica, igual que entonces pero sin control; la mayoría fuma y algunos muestran conductas inadecuadas, hasta de franco reto al orden público. Las autoridades se han visto incapaces para atender el problema y no pocas veces han tenido conatos de pleitos y agresiones, llegando a ser sonados algunos casos en particular, inclusive con la participación de los padres de familia que se declaran “en defensa de sus hijos”.

Sin duda que eso también es diferente; son padres “que aman demasiado” y como todo lo que se hace en exceso, termina por dañar.

También es cierto que la época actual han llevado a los adultos a perder mucho del contacto con los menores. Las exigencias de la vida laboral que a veces incluyen dobles turnos o jornadas prolongadas, más allá de las horas de Ley; las distancias que debemos recorrer de ida y vuelta al trabajo; por otra parte, las diversiones y tentaciones para los muchachos, que cuentan con recursos inimaginables en los años de juventud de los más viejos, como la televisión y la Internet en sus recámaras, que han llevado a los integrantes de las familias a pasar más largos períodos en soledad, alejados unos de otros, sin la comunicación y el roce frecuente de antaño, ése que permitía dar y recibir una orientación o consejo a tiempo.

La misma vida agitada incluye en su ritmo a los jóvenes, que ahora deben desarrollar nuevas competencias y capacidades humanas, que requieren un esfuerzo mayor.

Tampoco descartemos la ansiedad que acompaña a la adolescencia temprana o tardía y el constante estímulo que reciben animándolos al consumismo, incluidas las drogas y el alcohol, que agudizan el problema social reflejándose en los hechos de los que ahora nos estamos sorprendiendo.

Así como existen padres que tratan de suplir su presencia con dinero, permisos y/o dispensas fáciles, también hay otros que sufren las consecuencias de esa mala administración del tiempo propio, que les lleva a tener sentimientos de irresponsabilidad que tratan de subsanar de la manera que les es posible; unos con dádivas y otros con permisos que, pensándolos bien, son irracionales. Existen los otros pocos, que llegan a solidarizarse con el hijo, aún cuando éste tenga un comportamiento parasocial, en una muy rebuscada manera de transferir el complejo de culpa y cambiarlo por una actitud de chantaje emocional; “¿ves que te apoyo aunque no tengas razón?”; “no estoy más tiempo contigo porque necesito ganar dinero para la casa”; “yo te apoyo, no porque estés en lo correcto, sino porque te quiero mucho”, son algunas frases que pudieran repetirse en las mentes y conciencias de esos padres e hijos en conflicto.

Las madres tampoco quedan exentas, tal vez porque hoy en día muchas de ellas deben trabajar fuera de casa para poder contribuir al presupuesto familiar, otras porque están ocupadas en actividades diversas, incluso de autoeducación; la realidad es que cada vez son más las mujeres que viven el problema. La variante es la complicidad que suelen establecer con los jóvenes: “no se lo digo a tu padre porque no quiero darle más mortificaciones”; “que sea la última vez que lo haces, a la próxima le cuento a tu papá”; “está bien, pero prométeme que no se vuelve a repetir y vas a llegar a tiempo”, son algunos ejemplos de los casos maternales.

Así, los jóvenes, sin la debida atención o con el conocimiento de que tienen los elementos para evadir la responsabilidad, no sólo asisten a esos paseos, bares y discotecas, sino que imitan a otros amigos o conocidos y en poco tiempo tienen las mismas actitudes hacia la vida. El resultado es el caos vial en las calles y avenidas citadas, el desorden social y lo peor, el aprendizaje de usos y costumbres no recomendados y hasta accidentes y muertes.

Tampoco pierda de vista la presencia de las drogas, que si no las adquieren en el lugar, sí saben de los múltiples sitios de narcomenudeo –y la Policía también–. Hoy en día, en muchas esquinas, tabaretes, negocios, discotecas y hasta en las escuelas existen vendedores que ofrecen desde “tostadas, grapas, ochos, cuartas y onzas de cocaína”, que cuestan desde los cien, hasta los cinco mil pesos o “las palomas, carrujos o cuartos de marihuana”, que pueden adquirir a precios relativamente bajos, accesibles para aquellos que reciben dinero extra en ese proceso de amor inmaduro, mal amor, o amor desmedido y de chantaje de sus familiares mayores; el de esos padres “que aman demasiado”.

De nuevo aparece la necesidad de compartir más tiempo con los hijos; en lapsos de calidad y suficiente extensión, como para poder retomar confianza los unos con los otros, dialogar y aprender juntos de los peligros que encierran los “nuevos tiempos” y de paso dar y recibir el alimento para el espíritu, que sólo se puede “comer” con el fortalecimiento de los lazos familiares.

Algunos profesionales de la salud inventaron el término de “calidad del tiempo”, en referencia al entregado en la educación y el compartir con los hijos. ¡No se crea!, no es suficiente el poco tiempo por mucha calidad que tenga, también son importantes las horas aplicadas a ello, entre más sean, mejores resultados tendremos; aprendamos a lidiar con nuestra realidad social y que los jóvenes tenderán a rechazarnos de primera instancia, seremos “los viejos y sus sermones”, eso dependerá de cómo usted los encare.

Ayudemos a recuperar el orden público; auxiliemos a las autoridades que se han visto superadas, pero sobre todo cuidemos a los menores y apoyémoslos a salir adelante en el difícil trabajo de “crecer”. Tampoco desprecie la oportunidad que tendrá de vivir buenos momentos con ellos, enriquecerse con eso y “cargar las pilas” para regresar a las labores diarias con más ánimos y la tranquilidad que queda al sentir que se está dando el mejor esfuerzo. ¿Acepta agarrar al toro por los cuernos?

ydarwich@ual.mx

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