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Paideia/El valor de la formación

Gabriel Castillo

En días pasados, casi al cierre del ciclo escolar, pude platicar con un buen número de compañeros profesores y a la mayoría los sentí abrumados, tensos por la carga de trabajo que significaba la evaluación final de sus alumnos, la entrega de calificaciones y la documentación de fin de cursos, además de la preparación de exposiciones, festivales y ceremonias de graduación. Pese a lo que se diga en negativo de los maestros, debemos reconocer que todavía hay muchos que de verdad se ponen la camiseta y la sudan en serio, con resultados favorables para sus alumnos y sus escuelas. Lamentablemente hay un factor que les impide redondear su labor y tiene que ver con la falta de oportunidades, en cuanto a tiempo y espacio, para reflexionar sobre su quehacer, para revisar críticamente lo que hicieron bien y lo que no les resultó o quedó incompleto, de manera que se tenga claridad sobre lo que habrá que mejorar el siguiente año lectivo.

Al iniciarse las vacaciones, que se supone son para los alumnos, puesto que los docentes debemos ocupar el tiempo de las mismas para actualizarnos, es importante buscar una forma de organizarse que permita el descanso para la necesaria recuperación de energía, la convivencia familiar y la recreación, así como la realización de actividades formativas, que no necesariamente se relacionan con los famosos Talleres Generales de Actualización. Es fundamental entender que los maestros, en tal condición, estamos obligados a hacer realidad en nosotros la idea de formación, asumiendo conscientemente que esa idea casi siempre va acompañada de otra, y por ello se habla de formación personal, formación profesional, formación permanente y múltiples combinaciones más.

Por ello es bueno tomar como pretexto el tema de las vacaciones para intentar explotar la experiencia de actividades no profesionales, como la vida en familia, la relación con nuestra pareja, la comunicación con nuestros amigos, la revaloración de los tiempos de ocio o la asunción de compromisos sociales. Darnos el tiempo para reflexionar sobre el posible y/o necesario cambio en nuestras formas de relacionarnos, sobre la o las formas de enriquecer la interexperiencia. Nos debe quedar claro lo difícil que es separar la profesión y la persona, por lo que nos parece un exceso cuando se busca separar la formación profesional y la formación personal. Formación, trabajo y persona están estrechamente vinculados en una relación fundamental.

El valor de la formación tiene que ver con la posibilidad de reflexionar, de cuestionar la vigencia de nuestros saberes, de nuestras concepciones tradicionales, de nuestras prácticas y nuestras costumbres. Tiene que ver, como lo señala Bernard Honore en su obra Para una teoría de la Formación, con “ese paso del hombre, de lo absoluto y lo cerrado donde se muere, a lo relativo y abierto donde se recrea, en una experiencia donde la angustia engendra la esperanza...”. Hoy en día nos resulta cada vez más indispensable en un mundo, en una sociedad cambiante, asumir con plena conciencia esta idea de formación, que tiene que ver con nuestras posibilidades de realización de completud, de felicidad, lo cual es válido buscar en un entorno, en un ambiente que ha generado angustia, desencanto, frustración e infelicidad en mucha gente, producto de un sistema conocido como capitalismo salvaje que ha dañado al ser humano y está poniendo en peligro la propia supervivencia de la especie.

En virtud de lo anterior, y a reserva de seguir abordando este tema de la formación, pues tiene que ver con el sentido de la palabra PAIDEIA que da nombre a esta columna, debo señalar la importancia que tiene el que nos demos tiempo para reflexionar, el que recuperemos el pensamiento fuerte, especialmente los maestros para inducir esa recuperación o bien su formación en los alumnos. Debemos seguir explicándonos el qué, el para qué y el cómo de las actividades de formación, de manera que podamos ir profundizando en la comprensión del proceso de cambio que se da en eso que llamamos la interexperiencia. Sin olvidar que en ese proceso están presentes el espacio y el tiempo vividos, lo cual debemos considerar para, partiendo de lo ya conocido y ya terminado, entrar en nuevas etapas de realización creadora, imaginando, definiendo y diseñando nuevos proyectos, ya sean personales, profesionales o sociales. Esto es cuestión de intencionalidad y de compromiso, para ir generando las condiciones que permitan orientar el rumbo de nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra sociedad. Por ello insistimos en el valor de la formación.

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