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Paideia/Un pobre futuro

Gabriel Castillo

Es sabido que para referirnos a la niñez en nuestro país somos muy dados a utilizar la frase “el futuro de México”, lo cual nos parece que tiene razón de ser al considerarla el soporte de nuevas generaciones. Además, es indudable que las sociedades que cuidan y educan a su niñez tienen mayores posibilidades de desarrollo a futuro que aquellas que no lo hacen.

Lo anterior es aludido por la información recientemente dada a conocer por la representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en México, en el sentido de que existen rezagos muy importantes en lo que respecta a la atención de la niñez en nuestro país. Se habla de que el 63 por ciento de las niñas y los niños mexicanos vive en condición de pobreza, aunque quizá con distintos matices pero pobreza al fin. Otras cifras destacables que nos mueven a la reflexión son las que se refieren a los menores que trabajan, la cual asciende a más de tres millones y los que no van a la escuela, que supera los dos millones de infantes. No es un asunto menor el que queda al descubierto con estos datos, pues tiene que ver con los saldos que arroja un modelo de desarrollo impuesto en el país desde principios de los años ochenta.

Hago mención del modelo de desarrollo porque nadie desconoce que su terca implementación ha traído consigo enormes inequidades en lo relacionado con la distribución de la riqueza en este país. Ello ha conducido, de acuerdo a muy diversas y documentadas investigaciones, a un incremento en las desigualdades sociales y étnicas entre la población mexicana, lo que ha llevado también al mantenimiento de un círculo vicioso que tiene que ver con la pobreza como inicio, que genera entre otras cosas la desnutrición, la insalubridad y la ignorancia, mismas que a su vez refuerzan la pobreza. En México se ha ampliado dramáticamente la brecha entre los millones de familias pobres y el escaso número de familias muy, pero muy ricas, lo cual repercute en el nivel de vida de la niñez mexicana y necesariamente en nuestro futuro como nación.

¿En qué situación viven los niños pertenecientes a una familia que depende sólo del salario mínimo del padre o de la madre? ¿Cómo viven los que ganan menos del mínimo o los que no tienen empleo? ¿Cuáles son las posibilidades reales de comer bien tres veces al día, de educarse, de vestirse, de transportarse, de acceder a una vivienda digna, a la cultura y la recreación? Millones de familias en realidad sobreviven como pueden y donde pueden. ¿Qué pasa con los niños que pertenecen a ellas?

Este es un asunto delicado que debiera preocupar al Gobierno y a la sociedad. Pero al parecer no se está haciendo mucho, según lo revelan las cifras de la UNICEF en México. También debiera interesar, en lo específico, a un sector vinculado estrechamente con la niñez como parte de su materia de trabajo: el magisterio. Los maestros entendemos, con un mínimo de formación sociológica, que el éxito educativo, que la calidad de los aprendizajes de los estudiantes, dependen en mucho del capital cultural con el que llegan a la escuela, del ambiente en el que se desenvuelven previamente a la incursión escolar, de la adecuada nutrición y buena salud. Claro que ayuda para su desarrollo, no sólo físico sino mental, el que un niño tenga una alimentación suficiente y variada; desde luego que le es fundamental vivir en un ambiente donde haya seguridad y afecto, donde escuche conversaciones estimulantes, se lea, se escuche música y se aprecie el cine. Pero, ¿qué porcentaje de niños mexicanos nace en familias que les puedan proveer de esto que se ha señalado?

No es difícil darse cuenta que es mucho mayor el número de niños que nace con carencias económicas, materiales, alimenticias e incluso afectivas, que no les permite contar con las condiciones adecuadas para crecer y desarrollarse sin problemas. Esas carencias lamentablemente les afectan en su trayecto de la niñez hasta la vida adulta; se convierten en obstáculos, en limitantes, para lograr una vida plena, para llegar a ser personas verdaderamente realizadas. Por ello insisto en que no es un asunto menor el que se nos diga que el 63 por ciento de los niños mexicanos vive (¿o sobrevive?) en la pobreza. ¿Qué les espera en el futuro inmediato y mediato? ¿Qué repercusiones tendrá para el futuro del país? ¿Qué podemos hacer para que esta situación no se siga profundizando? Todos los actores sociales, económicos y políticos tenemos la enorme responsabilidad de buscar transformar las circunstancias en que se desenvuelven nuestros niños, tanto del entorno más cercano como del más lejano, de generar condiciones más favorables para su desarrollo, pues si no se combate a fondo, de manera efectiva, sin demagogia, la pobreza en que viven millones de niños mexicanos, a quienes se les sigue considerando el futuro de México, lo que tendremos en realidad es un pobre futuro como nación.

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