“El equilibrio macroeconómico debe
mantenerse. Es cosa de sentido común”.
Andrés Manuel López Obrador
La verdad es que poco o nada me importa cuánto vale el reloj de Andrés Manuel López Obrador. Tampoco me interesa demasiado si el tabasqueño viviría en Palacio Nacional o en Los Pinos si llega a presidente. Es realmente alucinante que le estemos dedicando tanto tiempo a tratar estos temas cuando nos acercamos a una campaña electoral que debería definir el rumbo del país.
Mucho más interesantes me han parecido las declaraciones que López Obrador le hizo al Financial Times y que salieron publicadas este pasado 24 de mayo. Nos sugieren lo que podría significar para el país un Gobierno del político que, en este momento, encabeza las encuestas de opinión en la carrera presidencial para 2006.
Me queda claro que López Obrador estaba hablando para uno de los medios que mayor influencia tienen entre los inversionistas internacionales. Su propósito, por lo tanto, era tranquilizar más que confrontar. No hay duda que Andrés Manuel quiere evitar el tipo de desastre financiero que afectó a Brasil durante la campaña de Luiz Inácio Lula da Silva y que sólo pudo corregirse cuando éste demostró en los hechos que no sería un gobernante tan radical como se temía.
Independientemente de las posiciones que pueda tomar dentro de nuestro país, el tabasqueño está deseoso de mostrar a los inversionistas del mundo que él no es un Hugo Chávez.
López Obrador le dijo al Financial Times que pretende aumentar el gasto gubernamental, pero que lo hará sin aumentar el déficit de presupuesto y por lo tanto la deuda pública. Tampoco elevará, dijo, las tasas de impuestos. “Los equilibrios macroeconómicos deben mantenerse –señaló-. Es cosa de sentido común. La inestabilidad económica afecta más a quienes menos tienen”.
Tampoco manipularía la política monetaria. Dejaría al Banco de México, que ha gozado de autonomía desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cumplir con su responsabilidad de combatir la inflación.
Para obtener los recursos que su Gobierno necesitaría para aumentar el gasto público, López Obrador recortaría el gasto gubernamental en más de cien mil millones de pesos, lo cual sería equivalente a un ocho por ciento del total de los egresos. Además llevaría a cabo un ataque frontal contra la evasión fiscal.
López Obrador afirma que revitalizará la economía mexicana a través de un mayor gasto público en construcción. No hay duda, como él lo señala en la entrevista, que este gasto tiene un efecto multiplicador en la economía. El problema es que muchos y muy importantes grupos políticos, algunos de ellos aliados con su propio partido, el PRD, obtienen grandes beneficios del gasto corriente improductivo del Gobierno. Y no queda claro si estos grupos permitirán realmente que un Gobierno, aun cuando esté encabezado por un perredista, lleve la prioridad del gasto a la inversión en construcción.
López Obrador tampoco buscaría sacar a México del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Como otros políticos que fueron críticos del acuerdo en su momento, entre ellos Jorge Castañeda, el TLC claramente ha demostrado ser un pilar para la economía mexicana. Al contrario, López Obrador afirma que su Gobierno “haría valer nuestros derechos dentro del tratado”.
Andrés Manuel afirma, sin embargo, que no buscaría “privatizar” al monopolio Pemex. Esta medida no sería necesaria, dice, porque la empresa es rentable. Cabe señalar que López Obrador no usa la palabra “privatizar” en el sentido estricto de vender una empresa pública a inversionistas privados sino que amplía la denotación a la realización de ciertas actividades, como la generación de electricidad, por empresas privadas.
Quizá tengamos que ser escépticos ante estas promesas. Los cuatro presidentes mexicanos desde José López Portillo han prometido racionalizar el gasto público y atacar la evasión, pero hasta la fecha ninguno ha tenido un éxito que realmente marque una diferencia. En el pasado, de hecho, de poco han servido las promesas de campaña de los aspirantes a la Presidencia de la República; cuando han llegado al poder han hecho lo que se les ha antojado.
Sin embargo, los mexicanos no podemos darnos el lujo de no prestarle atención a las propuestas concretas de los suspirantes. Después de todo, corremos el riesgo de tener alguna vez un presidente que cumpla sus promesas de campaña.
¿SALINISTA?
Andrés Manuel ha construido buena parte de su carrera política sobre un supuesto antisalinismo. Sin embargo, como Salinas, hoy apoya el equilibrio de las finanzas públicas, la existencia de un banco central autónomo, el impulso al crecimiento a través de la construcción y el TLC con Estados Unidos. Como él, por otra parte, se niega a privatizar Pemex. ¿Acaso se habrá vuelto salinista?
Correo electrónico:
sergiosarmiento@todito.com