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PAN caliente/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

los derrotados por la derecha radical que tomó el mando en Acción Nacional se hallan presos en un dilema que hasta hoy sólo Tatiana Clouthier ha resuelto yéndose del PAN. Doña María Elena Álvarez, Luis H. Álvarez, Felipe Calderón y Germán Martínez, por citar los nombres de los panistas más relevantes desazonados o irritados por la victoria de Manuel Espino, que es la de la pareja presidencial, se disponen a ejercer la crítica desde dentro, a resistir el imperio de la rara mezcla de ideologismo exacerbado y pragmatismo que abiertamente predomina ahora en su partido, pero al mismo tiempo su institucionalismo conservador los impele a reconocer la victoria del nuevo comité nacional.

Las expresiones de Luis H. Álvarez son las más importantes y las que mejor revelan esa contradicción. Ex candidato presidencial y ex jefe nacional del partido (las posiciones más altas que hasta el triunfo de Fox podía alcanzar un panista) ostenta hoy una autoridad que pocos cuestionan dentro del PAN, y que fue ganada no sólo en las encomiendas formales sino en riesgosos lances. Su huelga de hambre hace dos décadas en Chihuahua, su sensibilidad cuando fue senador ante la insurrección chiapaneca (que no ha podido traducir al ejercicio de la función gubernamental conexa que le fue confiada), su perseverancia en la brega democrática, desde los orígenes apostólicos hasta la toma del poder formal, toda esa trayectoria otorga a sus palabras un poder de denuncia profética (en el sentido bíblico del término): “Hubo un proceso viciado para llegar a la elección de jefe nacional” y surgieron en ese proceso “actitudes y fines aviesos”. Pero al mismo tiempo abogó por la conciliación y la unidad de su partido.

Cuando contendió por la Presidencia de la República contra Adolfo López Mateos, Álvarez y el PAN denunciaron el fraude, declararon ilegítima la elección y sacaron la consecuencia: ordenaron a los seis diputados cuyo triunfo fue reconocido, que se abstuvieran de ocupar sus curules. Treinta años más tarde, líder nacional de su partido, Álvarez habló una vez más de ilegitimidad. Pero también del remedio contra ese mal de origen: Salinas podía ganar la legitimidad con su desempeño. Y al negociar con ese presidente decisiones y reformas que reforzaron el sistema priista, el PAN encabezado por Álvarez lavó con las aguas lustrales de su propia historia la corrupción que fue la palanca con que Salinas se izó al poder. Esa declinación de la vehemencia ética de don Luis llega hoy al extremo de resignarse a militar en un partido encabezado por quien ganó a la mala su encargo.

Se entiende que Beatriz Paredes y María de los Ángeles Moreno, que denostaron a Roberto Madrazo y sus modos de llegar a la presidencia del PRI, se hayan amistado con él. Pero se entendería menos la invitación de Álvarez a semejante conformismo, salvo porque es exacta la sentencia de Tatiana Clouthier: Acción Nacional es una mala copia del PRI.

Por esa razón, como ocurre en el original, el PAN no se romperá. Se ha institucionalizado suficientemente para poder asimilar las diferencias y aun los rencores y los enconos. En otras crisis ese partido expulsó a los disidentes o éstos se marcharon, impedidos de convivir con lo que repudiaban. Algunos, como los líderes de la corriente democristiana de 1962 o los del Foro doctrinario y democrático treinta años más tarde, se afanaron sin éxito en construir una nueva opción partidaria. Otros, como el conspicuo Efraín González Morfín —hijo de uno de los dos principales fundadores del partido, candidato presidencial y jefe nacional— practicaron durante un tiempo la difusión de una doctrina, el solidarismo, que no pudieron imprimir a Acción Nacional.

Las diferencias ahora no surgen de la fe política que se profesa. Ciertamente la derecha no es unívoca, ni es lo mismo la que se aproxima al centro que la que se aleja de él. Pero viéndolo bien, apenas hay variación entre el credo de Espino y el de Carlos Medina Plascencia, el devoto gobernador que oraba en el cerro del Cubilete. El nuevo líder nacional y su antecesor son una y la misma cosa y sin embargo no se suscitaron en el momento de la primera elección de Luis Felipe Bravo Mena los reparos que hoy provoca el ascenso de Espino.

Los diferendos hoy en Acción Nacional conciernen al poder, a su uso y su abuso. Parecería confirmada la advertencia de Calderón, que tiempo atrás planteó el dilema de un partido testimonial que pasa a gobernar: que el poder no nos haga perder el partido. Como lo fue el PRI desde su nacimiento, el PAN se ha convertido en maquinaria que maneja recursos políticos (candidaturas y nombramientos) y recursos financieros crecientes.

Todavía se puede conocer el decrépito edificio de Serapio Rendón (donde el PAN ocupaba dos plantas hace cuarenta años) y compararlo con el búnker de la avenida Coyoacán que es hoy su sede. La diferencia entre ambas instalaciones es la de un partido con ideales y un partido con intereses, cuya administración genera enfrentamientos.

Y también contradicciones. La meritoria renuncia de la valerosa Tatiana Clouthier se gestó hace meses, según ha explicado y fue causada por la complacencia del Gobierno foxista ante el gobernador de Sinaloa Juan S. Millán sospechoso, dijo la renunciante, de tratos con el narcotráfico. Pero el candidato del PAN en el relevo de Millán trabajó cinco años a su lado, en su gabinete. Y es además miembro, por afinidad, de la familia Clouthier, cuñado de la única inconforme que se va.

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