“Los instrumentos de Dios son siempre los humildes”.
San Juan Crisóstomo
Finalmente Juan Pablo II falleció el sábado dos de abril a las 9:37 de la noche de Roma, 1:37 de la tarde de México. El desenlace había sido esperado durante horas, durante días. El Papa había perdido la conciencia ya en varias ocasiones. Dos veces recibió la extremaunción. Hasta el último momento trató de seguir las lecturas de las Escrituras que le hacían sus acompañantes. Murió en la fe, como había vivido.
La Iglesia Católica despide así a un Papa muy querido y que ha tenido un Pontificado de más de 26 años. Habría que regresar a Pío IX, en el siglo XIX, para encontrar un papado más prolongado. Pero en los tiempos de Pío Nono los medios de comunicación no hacían del Papa, como ahora, una presencia constante y cercana.
La atención que los medios le han prestado a la agonía y la muerte de Juan Pablo II es indicativa del sentido de pérdida de la mayoría de los católicos. Esta cobertura no fue impuesta a los pueblos del mundo sino que surgió de su devoción. La gente buscaba constantemente en estos días información sobre el estado de salud y sobre la muerte del Papa. Por lo menos éste es el sentimiento que prevalecía en México, país que Juan Pablo hizo suyo en cinco intensas visitas.
La Iglesia Católica se enfrenta ahora a un gran reto en la elección del nuevo Papa. Necesita otra vez a un líder carismático. Un Papa ascético, filósofo, encerrado tras los muros del Vaticano, no puede ya generar el entusiasmo que fortalezca a la Iglesia en un mundo que se urbaniza con rapidez, que deja atrás sus tradiciones y que los medios de comunicación han convertido en una aldea global. La Iglesia precisa una vez más de un Papa mediático, de un Papa pastoral, de un Papa viajero que se convierta en incansable misionero de la fe católica.
Juan Pablo II ha sido un Papa muy querido por los católicos, pero ni él pudo impedir la continuación de ciertas tendencias históricas que han debilitado a la Iglesia en las últimas décadas. Los católicos han dejado de ser la mayor comunidad religiosa del mundo tras ser rebasados por los musulmanes. En 2003, según la compilación anual de la Enciclopedia Británica, había en el mundo mil 093 millones de católicos. Los musulmanes, que hasta hace unas décadas eran menos numerosos que los católicos, sumaban ya mil 254 millones. En países como México son las iglesias evangélicas protestantes las que están teniendo avances frente a una Iglesia Católica que en alguna medida se está achicando, a pesar de que la fe católica sigue siendo por mucho la mayoritaria del país.
Parte del problema es que la Iglesia Católica ha perdido relevancia para la vida cotidiana de muchos católicos. Cientos de millones se consideran parte de la comunidad, porque han nacido en ella, pero participan nada más en ceremonias especiales, como bodas, bautizos y funerales. Muchos aceptan la fe de Cristo y los principales dogmas de la Iglesia, pero rutinariamente desobedecen las órdenes de la jerarquía en temas morales, como las relaciones fuera de matrimonio o el uso de métodos anticonceptivos.
La Iglesia se enfrenta, por otra parte, a una enorme crisis de vocaciones. Pocos son los católicos que, como el propio Karol Wojtyla, están dispuestos a ingresar a un sacerdocio que los compromete al celibato vitalicio; ésta es una práctica, a propósito, que no mantenían las comunidades cristianas originales, ya que el propio Pedro era casado. La Iglesia, para agravar las cosas, rechaza la ordenación de la mitad de los católicos, de las mujeres, que podrían multiplicar el número de sacerdotes.
Nada de esto, sin embargo, afecta el cariño que el pueblo llano ha expresado por el Papa viajero. Los católicos pueden ser tibios o incluso indiferentes en su práctica religiosa, pero la calidez de Juan Pablo II los ha atraído, los ha motivado y los ha llevado a la reflexión. El Papa Wojtyla fue, sin duda, uno de los mayores activos de la Iglesia Católica en los últimos 26 años.
Quizá parte del atractivo de Juan Pablo era inherente a su cargo. Pero su carisma personal fue también muy importante. Es difícil pensar que un Pío XII o un Paulo VI, con su talante reflexivo e incluso introspectivo, habrían podido generar el entusiasmo de Juan Pablo. Por eso los cardenales electores, cuando se reúnan en el cónclave, tendrán que considerar que la Iglesia no necesita en estos momentos a un teólogo sino un hombre con carisma que promueva el entusiasmo de la gente común y corriente.
DESAFUERO
El voto de la sección instructora de la Cámara de Diputados este viernes pasado, primero de abril, acerca a Andrés Manuel López Obrador a la inhabilitación que lo sacaría de la contienda presidencial. Pero también lo convierte en un mártir político y fortalece su popularidad.
Correo electrónico:
sergiosarmiento@todito.com