Nos estamos acercando a una nueva época proteccionista. Como la que se dio antes de la Segunda Guerra Mundial.
En aquellos tiempos los problemas de balanzas de pagos hacían imperativo alzar barreras arancelarias e inventar restricciones no tarifarias. Hoy en día el proteccionismo se anuncia, como inesperada paradoja, por la vía de la liberalización del comercio internacional.
En efecto. Después de tantas proclamas en favor de la apertura completa de los mercados mundiales en los que los productos y los servicios habrían de circular sin traba alguna llevados por la mano de la competitividad que jamás se equivoca, ha llegado el momento que cientos de miles depauperados por el liberalismo de escritorio se lancen a las calles reclamando empleos perdidos y demandando remedio a los sacrificios que padecen en aras de meras teorías.
Las experiencias de los últimos cincuenta años han enseñado al menos dos cosas. En primer lugar, no puede dudarse que el progreso y el desarrollo de las sociedades dependan en buena medida de sanas estructuras económicas. Ellas hacen posible manejar las variables de precios, inflación, déficit fiscales, balanzas comerciales y cimentar bases estables para que funcionen las políticas de desarrollo.
La otra enseñanza ya empieza a ser reconocida por los que impusieron sus recomendaciones para promover bienestar en el mundo. Ahora los expertos del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI), tienen que admitir que la economía, ciencia de la aplicación racional de los recursos, no basta para asegurar que tal asignación genere justicia social. Al igual que en el Derecho, el respeto a la Ley no necesariamente garantiza justicia, en la economía el respeto a la racionalidad no asegura bienestar.
Es paradoja que, tras de tantos esfuerzos por liberar los intercambios de mercancías y servicios mediante complejas negociaciones, primero en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT por sus siglas en inglés) luego en la Organización Mundial de Comercio (OMC), los efectos netos del desarme tarifario y la eliminación de cuotas y restricciones, no están conduciendo al mundo a la prosperidad y paz, sino a mayores tensiones por el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres.
Informes recientes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD por sus siglas en inglés) confirman que nos alejamos de los objetivos de los Decenios y el Milenio de Desarrollo y que hay más pobreza que nunca, agudizada por el crecimiento demográfico. El escenario mundial es rehén de violencias que impiden solucionar los mismos problemas que denuncian.
Las circunstancias anteriores explican el porqué crece una seria preocupación por encontrar fórmulas que blinden contra los efectos nocivos de la apertura a los productores que no pueden competir con la alta tecnología concentrada en unos cuantos centros del mundo.
La nivelación del campo de los intercambios del comercio que busca la OMC está generando una nueva ironía: nuevos “pobres” en Estados Unidos y Europa afectados negativamente por la liberalización comercial, que claman por retener los subsidios que venían asegurando la artificial competitividad de sus exportaciones.
Una reciente decisión de la propia OMC que obliga a los Estados Unidos a eliminar apoyos financieros, por más de 3,200 millones de dólares anuales, a sus 7,500 productores de algodón que ahora, sin ese respaldo, tendrán que subir sus precios a niveles de costo real y perder competitividad frente a fibras extranjeras más baratas. El caso del algodón es el primero y los agricultores norteamericanos temen que sigan los de soya y arroz y aún otros cultivos.
La apertura tan dogmáticamente perseguida por los países desarrollados para favorecer la penetración de sus manufacturas en los mercados mundiales, viene ahora a cobrarles un alto costo al revertirse contra sus propios productores agrícolas. Sin duda se desatarán presiones políticas para retener los apoyos fiscales y financieros que gozaban los productores agrícolas del primer mundo.
En lo industrial, lo peculiar de las nuevas circunstancia, es que los centros más eficientes, como por ejemplo los de la rama textil, no están ya necesariamente en los países industrializados, sino están trasladándose a los países en desarrollo que han sabido hacer suyas y desarrollar las técnicas más modernas y aprovechar sus ventajas laborales altamente competitivas, como es el caso de China e India. Son éstos los que ahora buscarán aperturas en mercados mundiales, empezando por los países industrializados, para sus manufacturas pero reteniendo barreras protectoras e incluso subsidios para sus agricultores.
El resultado neto previsible es la instauración de una nueva era proteccionista en que cada parte querrá defender los intereses de sus respectivos sectores afectados. El conjunto de estos hechos describe la inminente recomposición de estructuras socioeconómicas y equilibrios geopolíticos del mundo. En México Gobierno y productores tenemos que pensar qué hacer.
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