La paranoia en Estados Unidos no tiene límites a decir del tema de la seguridad que se metió hasta la cocina.
Los norteamericanos fueron sorprendidos en septiembre 11 de 2001, pero ya pasaron cuatro años de la catástrofe y muchas de las medidas adoptadas son exageradas e ineficientes.
Ahí tenemos la guerra de Irak con costos materiales y humanos exorbitantes. Incluso congresistas conservadores exigen al Gobierno de Bush salir del conflicto ante los efectos negativos para su país.
La invasión en Afganistán fue otra de las airadas respuestas de Bush por los atentados de Nueva York y Washington que ahora tampoco encuentra una salida airosa.
Por si fuera poco la Comisión Investigadora de los atentados del 11 de septiembre censuró al Gobierno Federal por no tomar las medidas adecuadas para garantizar la seguridad al interior del país.
Este organismo advirtió sobre la posibilidad de un nuevo ataque terrorista ante el incumplimiento de recomendaciones formuladas el año pasado como asignar gastos a ciudades de alto riesgo y mejorar la comunicación entre agencias de emergencia y líneas aéreas.
Una de las pocas sugerencias de esta Comisión que adoptó el régimen de Bush fue la creación de una dirección nacional de Inteligencia. Pero el congresista Lee Hamilton denunció que con tantas prioridades contrapuestas como las guerras en curso es imposible mantener la atención en los asuntos internos de seguridad.
Los grupos más conservadores norteamericanos han tomado ahora a la frontera con México como su pasatiempo favorito.
Con su acendrado racismo y paranoia, estos sectores presionan al Gobierno de Bush para que refuerce las medidas físicas y policíacas a fin de frenar la migración y el supuesto ingreso de terroristas.
En la actualidad las declaraciones contra la dignidad y la buena vecindad con México afloran día tras día. Así un congresista propone construir una barda metálica a lo largo de toda la línea, un gobernador sugiere cerrar la frontera, mientras que el propio presidente George W. Bush califica a la región fronteriza como zona de alta peligrosidad.
Años atrás bastaba una mención negativa en contra de México para que gobernantes, partidos y la propia sociedad mexicana respondiera furiosa y solidaria a los ataques.
Hoy en día la lucha se libra del lado norteamericano en donde las vejaciones, la discriminación y el acoso en contra de los inmigrantes mexicanos y latinoamericanos son despiadados y en ocasiones inconcebibles.
Una mujer de 17 años fue obligada recientemente en la línea en San Diego a sacar su pecho para alimentar a su bebé recién nacido, simplemente porque el agente migratorio quería asegurarse que se trataba de su hijo. La joven era residente legal de Estados Unidos, pero hispana al fin.
George W. Bush realizó la semana pasada una gira por Arizona y Texas para promover su plan migratorio que incluye visas para trabajadores durante tres años. Pero el mandatario terminó prometiendo más mallas, aumentar el gasto a la Patrulla Fronteriza, deportar más indocumentados, instalar nuevos sensores, en pocas palabras incrementar las barreras físicas y policíacas entre México y Estados Unidos.
Unos días después en el sur de California una redada de la “migra” detectó a decenas de trabajadores indocumentados en una empresa constructora que servía a una base militar. ¿Cómo, cuándo y por qué llegaron los migrantes a esa empresa? ¿Estaban en calidad de terroristas o tratando de ganarse la vida con un trabajo digno?
Entendemos el derecho genuino de un país por controlar sus fronteras, pero en el caso de Norteamérica es cada vez más patético el doble discurso que habla de trabajar con México como socios al tiempo que frena un flujo migratorio que se origina por la pobreza de México pero también por la demanda de una mano de obra calificada y barata.
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