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Selección de Emilio Herrera

Invitación a la lectura

Pocas venganzas habrá tan duras como la que Hermótimo se tomó por el daño que le habían hecho. Era, entre todos los eunucos, el preferido y más respetado por el rey Jerjes, y procedía de Pedaso. De este lugar, que se halla más allá de Halicarnaso, se cuenta lo siguiente.

Cuando los habitantes de Pedaso, sus vecinos, se veían amenazados por algún peligro, a la sacerdotisa de Atenea le crecía una larga barba. Semejante fenómeno sucedió dos veces, que yo sepa.

Hermótimo, muy joven aún, había sido hecho prisionero en una guerra y vendido como esclavo. Panionio, un individuo de Quíos dedicado a tan vergonzoso negocio, lo compró. Y de la misma forma que hacía con todos los muchachos de hermoso aspecto que encontraba, una vez castrados, los vendía luego en los mercados de Sardes y Efeso por una buena cantidad de dinero. Porque entre los bárbaros, los castrados son más apreciados que los demás esclavos, dada su fidelidad en todos los servicios.

Panionio habría castrado ya a numerosos jóvenes, puesto que vivía de ello, y lo mismo hizo con Hermótimo.

Mas este tuvo suerte dentro de su desgracia. Quiso la casualidad que, desde Sardes, le enviaran al rey de Persia junto con otros regalos. Poco después Jerjes le distinguía por encima de todos sus demás eunucos.

Llegado el momento en que el rey emprendió campaña militar contra Atenas y se detuvo con sus ejércitos en Sardes, Hermótimo fue por cierto asunto a la región de la Misa llamada Atarneo, que habitan los Quíos. Allí tropezó con Panionio, a quien reconoció enseguida. Habló largo y amablemente con él, y de momento enumeró todo cuanto de bueno le debía. Antes de despedirse de él, prometió recompensarlo generosamente si se trasladaba con su familia a Atarneo.

Panionio recibió la invitación con alegría y llamó sin pérdida de tiempo a su mujer y a sus hijos. Mas así que Hermótimo tuvo en sus manos al mercader de esclavos y a toda su familia, habló así:

?-Tú, maestro de la más vil de las profesiones, di qué te hemos hecho, a ti o a los tuyos, yo o alguno de mis mayores, para que me privaras de ser un hombre entero. ¿Crees que los dioses no vieron lo que entonces hiciste conmigo? Tal como corresponde a la justicia, ahora te han puesto en mi poder, y que conste que no vas a poder reprocharme que sea débil o indeciso en el escarmiento que te preparo?.

Dichas estas palabras, obligó a Panionio a castrar con sus propias manos a sus cuatro hijos. Y una vez terminada esa labor, los muchachos tuvieron que hacer lo mismo con el padre.

De esta forma alcanzó Panionio la venganza de Hermótimo.

Los castrados, denominados eunucos, no sólo eran muy estimados en Oriente como vigilantes de mujeres, ya que allí imperaba la poligamia, sino también por su fidelidad, y no era raro hallarles de consejeros y favoritos en más de una corte. Por regla general, la intervención quirúrgica consistía simplemente en la extirpación de los testículos. Dado, sin embargo, que con este sistema puede quedar una cierta facultad de erección del miembro y en tal caso no se pierde la ?potentia coeundi? a algunos desgraciados ?sobre todo si se les destinaba al servicio del harén? les cortaban también el escroto y el pene.

Los escasos eunucos que sobrevivían a tan espantosa operación eran cotizadísimos, y por ellos se pagaban grandes cantidades.

Sardes y Efeso, donde el mercader de esclavos vendía a sus emasculados, se hallaban en el camino real persa que conducía a Susa.

Misia era la región noreste de la península del Asia Menor.

WERNER KELLER. EL ASOMBRO DE HERODOTO. ¿CÓMO ERA EL MUNDO HACE 2500 AÑOS. BRUGUERA. LIBRO AMIGO. EDITORIAL BRUGUERA, S. A. 1ª. edición septiembre 1975. Impreso en Barcelona, España-.

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