Invitación a la lectura
Se ha discutido el efecto de la conquista mogólica sobre la China de la dinastía Ming. Sin duda sirvió para unir al imperio hasta el final del siglo XX. También aumentó enormemente el contacto de este nuevo imperio con el Sur y el centro de Asia. El gran comercio del período Yuan se extendió al Ming.
Además, los mogoles abrieron las cortes y las escuelas a casi todos los idiomas y religiones especialmente a la tibetana y a los budistas. El impacto de los aventureros-ministros persas, turcos, italianos y uighurs dio una mayor vivacidad al pensamiento chino. Y por un tiempo los emperadores Ming, sucesores en el trono de los kakanes, pretendieron la soberanía sobre Asia.
Naturalmente hubo una firme reacción contra los extranjeros y las ideas foráneas. Los tibetanos fueron expulsados, igual que las misiones franciscanas. Para algunos observadores la Nueva China fue dotada de una mayor vitalidad por la invasión. Otros, en cambio, sostienen que el choque de la conquista de los mogoles agotó el espíritu chino e hizo que su restauración, bajo los Ming, fuera cauteloso y débil, que la vital China del pasado se hizo así imitativa, temerosa de nuevas invasiones, particularmente por parte de los occidentales que comenzaban a llegar con sus barcos a las costas del país.
Como antes, la vida de sus centros civilizados tendía a estancarse. Los trabajadores no tuvieron períodos de descanso, los agricultores no escaparon a la lucha contra el tiempo y allende la Gran Muralla los nómadas, que gradualmente recuperaban la libertad de la vida, se hacían físicamente más fuertes.
Una vez más las tribus de la región del Altai y el Lago Balkai quedaron aisladas. Se veían obligadas a vivir nuevamente de la carne y la leche de sus animales y a trocar sus productos con los comerciantes chinos. Disminuyeron en número porque estaban otra vez sometidos a las durezas de una tierra improductiva. Sis emigraban, era en pequeña escala, en busca de agua hacia el norte, o para evitar la nieve hacia el sur.
Algunos de sus jefes, como Altan Kan, pudieron hacer incursiones dentro de la Gran Muralla. Pero ninguno consiguió volver a unirlos. Se separaron en ?aimaks? errantes.
Su leve budismo se convirtió en breve barrera entre ellos y los clanes occidentales que eran ahora devotos musulmanes. Pero los lamaserios en aumento tendían a enervarlos. Un chino que los observó, escribió a su gobierno. ?El budismo prohíbe derramar sangre y causar daño. Por eso esta creencia debería ser alimentada por todos los medios entre los nómadas?.
Por otra parte, el descubrimiento de las rutas oceánicas quitó todo el comercio a las rutas de las caravanas. Los viejos senderos a través de las Cinco Ciudades sólo servían para unir a una ciudad con otra, y las arenas del Gobi comenzaron a cubrir las ciudades semidesiertas de la encrucijada.
Los noyanes descendientes de la Familia Dorada repetían el nombre y la tradición de Gengis Kan. No olvidaban la edad de las conquistas. Algunos mogoles visitaban, en primavera, el valle donde se cavaron las tumbas de la Familia Dorada, donde las tumbas mismas se habían perdido.
Los nómadas nos leían ya los libros de la época de Kubilai. Su vida continuaba sin cambios.
En esos siglos, fuera del Asia Central, se mejoraban las armas de fuego y se perfeccionaba la imprenta. Ni libros ni arcabuces penetraron en las estepas. La vida nómada se bastaba sin ellos.
El habitante de la estepa, amante de su libertad, se consideraba superior al ciudadano a que no tenía descanso en su trabajo, y al agricultor que no se atrevía a abandonar sus campos. Todavía hallaba contento en correr sobre las praderas en su peludo caballito, con un halcón posado en su muñeca. A su juicio, un arcabuz era un incómodo instrumento de caza, y un libro ?imposible de leer en cualquier caso? resultaba algo inútil.
Sin que él lo notara se estaba produciendo un cambio. Había terminado la larga supremacía del arquero a caballo. La mayor resistencia física del nómada no le daba ventaja alguna sobre el hombre con un arma de fuego. La movilidad de su caballo no le valía nada contra los cañones y los blocaos.
Por primera vez, y para siempre, la balanza del poder favorecía al hombre civilizado en lugar de al bárbaro.
HAROLD LAMB. LA MARCHA DE LOS BÁRBAROS. EDITORIAL SUDAMERICANA. BUENOS AIRES, ARGENTINA- COLECCIÓN PIRAGUA. PUBLICADO EN 1963.