Invitación a la lectura
Aunque era grande el poder que Catón se había con su elocuencia granjeado, tanto, que generalmente se le apellidaba Demóstenes Romano, era todavía mayor la fama y celebridad que le daba su particular método de vida. Porque su destreza en el decir fue desde luego para los jóvenes un ejemplar común y de gran solicitud; pero el conservar la frugalidad antigua, contentarse con cenas sencillas, comidas fiambres, vestidos lisos y una casa como las del común de los ciudadanos, y hacerse admirar más por no necesitar de superfluidades que por poseerlas, era ya muy raro en un tiempo en que la autoridad no se conservaba pura por su misma grandeza, sino que, con tener superioridad sobre muchos negocios y muchos hombres había dado entrada a diversas costumbres, y se veían ejemplos de portes y medios de vivir muy diferentes. Con razón, pues, miraban todos a Catón como un prodigio al ver que los demás debilitados por los placeres, no eran para aguantar ningún trabajo, y que éste en ambas cosas se conservaba invicto, no sólo de joven y cuando aspiraba a los honores, sino anciano y casi canoso después del consulado y triunfó, como un atleta constantemente vencedor que se mantiene siempre igual en la lucha hasta la muerte. Porque se dice que nunca llevó vestido que valiese más de cien dracmas; que de general y de cónsul bebió siempre del mismo vino que de sus trabajadores; que las provisiones para la comida las tomó siempre de la plaza sin gastar más de treinta cuartos, y esto por causa de la república, a fin de robustecer el cuerpo para la guerra. Habiéndole tocado de botín un paño babilonio, al punto lo vendió; jamás tuvo casa ninguna de campo revocada de cal, ni compró nunca esclavo que le costase arriba de mil y quinientos dracmas, como que no los buscaba delicados o de hermosa presencia, sino trabajadores y robustos propios para ser gañanes y vaqueros; y aun de éstos cuando ya eran viejos, opinaba que era preciso deshacerse para no mantener gente inútil. En una palabra: era de dictamen que no debía tenerse nada superfluo; y que aún en un cuarto es caro aquello que no se necesita. Y en cuanto a los campos quería poseerlos de labor y de pasto, no vergeles o jardines.
Atribuían algunos a mezquindad ésta tan rigurosa economía; pero otros veían en ella el esmero y la rígida templanza de un hombre que se estrechaba y reprimía a sí mismo para corregir y modelar a los demás. Solamente aquello de valerse de los esclavos como de acémilas y deshacerse luego de ellos y venderlos a la vejez, para mí no puede ser sino de un hombre cruel, que no se cree enlazado a otro hombre sino con el vínculo de la utilidad.
PLUTARCO. VIDAS PARALELAS. MARCO CATÓN. EDITORIAL LOSADA, S. A. BUENOS AIRES, ARGENTINA. 1949.