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Selección de Emilio Herrera M.

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Para un niño de nueve años cuyo horizonte, desde que tiene uso de razón ha estado limitado por un arroyo, hoyos llenos de estiércol y tejados campesinos, el descubrimiento de París sólo podía ser un encanto. Pero mucho más cuando este descubrimiento lo hace en compañía de un padre tan orgulloso de su hijo, que lo viste de las mejores galas, lo baña, lo perfuma y lo lleva a las mejores tiendas, lo llena de dulces, le compra una bolsa para llevar en la cintura, con verdaderas monedas dentro, y le pone zapatos bordados. Jeannot o Giannino vivía días deslumbrantes.

¡Y las hermosas casas en que le hacía entrar su padre! Porque Guccio con diversos pretextos, y muchas veces sin pretexto alguno, visitaba a sus amistades de antaño simplemente para poder decir con orgullo: ?Mi hijo?, y mostrar este milagro, este esplendor único en el mundo: un pequeño que lo llamaba ?padre? con acento de la Isla ?de- Francia.

Si se extrañaban del color rubio de Giannino, Guccio hacía alusión a la madre, una persona de la nobleza. Adoptaba entonces ese tono falsamente discreto que denota indiscreción, ese aire un poco fanfarrón de misterio que tienen los italianos para fingir que se callan sus conquistas. De esta manera puso al corriente a todos los lombardos de París, los Peruzzi, Bocanegra, Macci, Albizzi, Freccobaldi, Scamozzi, y al propio señor Boccaccio.

Tolomei, un ojo abierto y otro cerrado, caído el vientre y arrastrando la pierna, no participaba poco en esta ostentación. ¡Ah, qué felices hubieran sido los últimos años de la vida del viejo Lombardo si Gucci se hubiera podido instalar en París, en su casa, con el pequeño Gianninno!

Pero eso era un sueño imposible. ¿Por qué esa tonta, esa testaruda de María de Cressay no quería regularizar el matrimonio y aceptar la vida en común con su marino, ahora que todo mundo estaba de acuerdo? Tolomei aunque le molestaba el menor desplazamiento, se ofrecía a ir a Neauphle para intentar un arreglo.

Soy yo quien no quiere saber nada de ella, tío mío, -declaró Guccio?. No consentiré que se burlen de mi honor. Además, ¿qué placer iba a tener viviendo con una mujer que ya no me quiere?

¿Estás seguro?

Había un indicio, sólo uno que permitía a Guccio plantearse la pregunta. Había encontrado en el cuello de Giannino el pequeño relicario que le había dado la reina Clemencia cuando Guccio estaba en el hospital de Marsella, relicario que regaló a su vez a María en ocasión de una grave enfermedad de ésta.

Mi madre se lo quitó del cuello y lo pasó al mío cuando mis tíos me llevaron junto a vos la otra mañana ?explicó el niño.

¿Era suficiente ese indicio tan débil, ese gesto que podía no ser más que de religiosidad?

Además, el conde Bouville fue tajante.

Si quieres conservar este niño tienes que partir con él hacia Siena y cuanto antes mejor ?le dijo a Guccio.

La entrevista se celebró en el palacio del antiguo gran chambelán, detrás del Pre aux Clercs. A Bouville se le saltaron las lágrimas al ver a Giannino. Besó la mano del niño antes de besar sus mejillas, y mientras lo contemplaba de pies a cabeza murmuró:

Un verdadero pequeño príncipe como vos decís, messire ?respondió Guccio feliz-; y es más sorprendente al pensar que no ha conocido más que la vida del campo y que su madre, después de todo, sólo es una campesina.

LOS REYES MALDITOS. MAURICE DRUON. ?LA LOBA DE FRANCIA?.

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