Del libro de apuntes de Cornelio Nepote.
El Dictador ha promulgado un edicto el cual dispone que ninguna ciudad podrá ya cambiar su nombre para adoptar el suyo. Opinio que si ha tomado esta medida es porque ha descubierto que se le está adorando más literalmente de lo que puede consentir. Ha dejado, pues, de enviar presentes a los municipios y a los cuarteles regionales, porque invariablemente se los colocaba en santuarios que se convertían en centros de peregrinaje para la devoción y la súplica.
No hay duda de que tales cosas están ocurriendo, y no sólo en los bárbaros puestos de avanzada de la República y en las montañas de Italia, sino también aquí, en la ciudad misma.
Se dice que la gente vive sobornando a sus servidores para obtener trocitos de sus ropas, recortes de sus uñas, restos de sus afeitadas y haweta su orina, cosas que en opinión del vulgo poseen propiedades mágicas y se conservan como objetos de adoración.
Algunos fanáticos logran ocasionalmente penetrar en su casa, donde son tomados por asesinos. Uno de estos asaltantes fue sorprendido una noche, daga en mano, junto al lecho de César. Se instruyó un juicio sumario en el lugar del hecho, y el Dictador mismo dirigió el interrogatorio. El pobre hombre se mostraba incoherente, pero no amedrentado. En un momento de la entrevista se arrojó al suelo, contemplando extáticamente a César y balbuceando que todo cuanto quería era ?una gota de su sangre para santificarse?. César ante la consternación de los guardias y servidores congregados, le hizo muchas preguntas hasta extraerle la historia completa de su vida. Este hondo interés por el prójimo, que tantos cónsules no saben despertar en su corazón, exaltó hasta el delirio la veneración del infeliz, quien acabó por suplicar al Dictador le diese muerte por su propia mano.
Y cuentan que César, volviéndose a los presentes, comentó: ?A menudo es difícil distinguir el odio del amor?.
THORNTON WILDER. LOS IDUS DE MARZO. ALIANZA EMECE EDITORES MADRID.
