Invitación a la lectura
Roma, ha sido tal vez, el pueblo, que ha despreciado más la justicia, sobre la Tierra; y ese olvido de la justicia, debía matarla; sólo la democracia puede salvar al mundo, en el vértigo de la ambición que la domina; y Roma fue incapaz de establecer el Gobierno de la Democracia; esa incapacidad, que habría sido la vida de un imperio, tenía que ser la muerte de la República; la aristocracia romana, en su odio instintivo al pueblo, prefirió el advenimiento del cesarismo al progreso de la democracia, y prefirió matar la República antes que sufrirla; de Tarquino a César, la vida del Estado, en Roma, fue una lucha entre dos facciones: la facción del poder, que desdeñando entrar en la legalidad, se mantuvo siempre en la tiranía, y la facción popular, que no acertando a conquistar la libertad, se mantuvo siempre en la demagogia; la lucha entre el Senado y el pueblo, fue una lucha a ?outrance?, en que los dos poderes encargados de mantener el equilibrio de la democracia, sólo se encargaron de destruirla, por el abuso del ejercicio del poder, y por la incapacidad en el ejercicio del derecho; Roma fue siempre tiránica, cualquiera que fuese la forma de Gobierno con que se revistiese ante el mundo; porque la tiranía era el alma de Roma, pueblo conquistador y cruel, egoísta y brutal, no tuvo nunca más entrañas que las de su loba insaciable, ni otra generosidad que la de sus águilas rapaces; no quiere decir esto que Roma no hablara de libertad; con la astucia impudente, que es la diplomacia de los pueblos conquistadores, ella siempre supo cubrir siempre sus rapiñas con el manto de una protección generosa, y no conquistó nunca a un pueblo, que no dijese que iba a darle libertad; cuando Titus Flaminus, cayó sobre la Grecia, le bastó decir que iba a libertarla, para que Grecia misma lo creyera, fingiendo hallar la libertad en ese yugo romano, que fue mil veces más cruel que el yugo macedonio; y ¿cuál fue la libertad dada por Roma a Grecia? La misma que daba a todos los pueblos de la Tierra: la muerte.
Atenas fue arrasada a sangre y fuego por Sila; Corinto destruida por Mumnius; Beocia, borrada de sobre la faz de la Tierra; ciento cincuenta mil griegos de Epiro reducidos a la esclavitud; la nacionalidad griega extirpada del corazón de la historia; el alma helena muerta; la Helade hecha una tumba; sus tribunos, sus filósofos, sus poetas, desaparecidos; el silencio hecho sobre la tribuna de Demóstenes, y los jardines de Platón y el ágora desierta; y la total extinción del helenismo, del aloma de ese pueblo, que había sido el orgullo del mundo, antes de que el pueblo romano apareciera para ser el castigo de él; no dejó vivo sino el espíritu de los sofistas y de los retóricos, como si se supiese que no habría peores, enemigos del pueblo que ellos y que un día su retórica de esclavos, hallaría para florecer, los labios de Cicerón, hechos para calumniar la libertad; y cuando Roma, cansada de devorar al mundo no encontró ya naciones que desgarrar, se volvió contra sí misma, y se encargó de devorarse las entrañas; ésa fue la guerra entre el Senado y el pueblo; guerra que no podía acabar sino por la muerte de la República, porque la República no vive sino de la libertad, y la tiranía de las facciones hizo imposible el reinado de aquélla.
J. M. VARGAS VILA. LA REPÚBLICA ROMANA. LIBRERÍA DE LA VIUDA DE CH. BOURET. PARÍS. MÉXICO. 1909.