Invitación a la lectura
En París, Luis XII y la hermosa reina María de Inglaterra, se instalaron en Tournelles, el lúgubre palacio que se alzaba en la actual plaza de los Vosgos.
Allí llevaban una curiosa existencia. Por la mañana, el rey, extenuado por los esfuerzos nocturnos que no siempre llegaban a buen término, se levantaba flojo de piernas, daba unos pasos por el jardín y volvía a acostarse con gestos temblorosos de anciano.
Perdonadme, dulce amiga ?decíale a María? me siento cansado y me vuelvo a la cama. Hasta luego.
La reina, enervada por los desdichados esfuerzos de su marido, se vestía apresuradamente, atravesaba con paso rápido todo el castillo y se encerraba en una cámara alejada. Allí se desnudaba, se metía en la cama y esperaba con impaciencia.
Por una puertecita que daba a una galería discreta y poco frecuentada, pronto entraba un joven sonriente. Era el duque de Suffolk. Se desnudaba en menos que canta un gallo y se metía en la cama.
Durante semanas, nadie de la corte sospechó nada. Se notaba la presencia asidua del conde de Suffolk junto a la pareja real, pero las malas lenguas no podían sacar conclusiones, dado que el rey de Inglaterra, que conocía el secreto de su hermana, había tomado la precaución de nombrar al joven amante embajador en París.
Pero un día, un oficial de la reina llamado Grignaux, que se paseaba por la galería de que hemos hablado, oyó unos gritos extraños procedentes del aposento de los amantes donde éstos se hallaban ?olvidados del mundo?. Sorprendido, ya que creía vacía la estancia, empujó la puerta y entró. Lo que vio le cortó la respiración, y enrojeció con tanta violencia que su rostro, se dice, ?estuvo colorado varios días?. Cierto es que el espectáculo era capaz de trastornar a cualquier hombre honrado.
Se retiró de puntillas sin ser visto y volvió a su cámara con el fuego en las mejillas llevando grabada en su memoria la obsesionante imagen de la reina desnuda por completo.
Acongojado por aquel involuntario descubrimiento Grignaux se preguntó largo tiempo cuál era su deber. Finalmente, escribió a Luisa de Saboya para advertirla de lo que ocurría en Tournelles. Sabía que la madre de Francisco no podía quedarse indiferente ante esa noticia.
En efecto, al recibir la misiva, Luisa estuvo a punto de desmayarse. No porque la mala conducta de la reina le causase un profundo dolor, sino porque el duque de Suffolk, en un momento de descuido, podía ayudar a Luis XII a tener un hijo. Y si María daba un Delfín, Francisco de Valois dejaría de ser el presunto heredero.
Aterrada ante esta idea, Luisa saltó a una litera y se hizo conducir a París. El viaje fue para ella un calvario.
¿Tan cerca de su objetivo, iba a perder la partida a causa de dos estúpidos amantes ingleses, cuando el rey estaba ya tan agotado? Esto la estremecía de cólera.
Un instante de descuido y mi hijo, mi César, no será rey.
Desde hacía un año vivía en constante sobresalto. Tras quince años de inquietudes, la muerte de Ana de Bretaña (que no dejó ningún heredero varón a Luis XII) la había llenado de júbilo. ¡Ay!, nueve meses más tarde, el rey volvía a casarse con María de Inglaterra, y estaba temblando de nuevo. Luego, la pequeña inglesa había agotado al rey. Luisa volvía a esperar... Y ahora, María se mostraba tan ligera que se podía temer el nacimiento de un bastardo.
Con las facciones contraídas por la fatiga la preocupación, Luisa de Saboya llegó a Tournelles. Al instante corrió al apartamento de Suffolk. Se le plantó delante. El joven embajador estaba leyendo.
Espero no llegar tarde ?le espetó ella? conozco vuestras relaciones con la reina y vengo a preveniros, porque vuestra actitud es muy imprudente. No ignoráis que una reina comprometida en adulterio está condenada a muerte, lo mismo que su amante. Además, imaginaos qué ocurriría si le dieses un hijo a la reina María. Desde la muerte del rey que, por desgracia, no puede tardar, el gobierno del Reino le sería confiado a un consejo de regencia, del que mi hijo y yo formamos parte. Y el primer acto de esta asamblea sería enviaros a Inglaterra, donde viviréis lejos de la reina María. ¡Pensadlo bien!
GUY BRETON. HISTORIAS DE AMOR DE LA HISTORIA DE FRANCIA. QUINCE MUJERES CUYAS PASIONES LLENARON UN SIGLO. EDITORIAL BRUGUERA. IMPRESA EN ESPAÑA, BARCELONA 1972.