Invitación a la lectura
Después de cerca de catorce años de continuas luchas en Europa, Solimán El Magnífico cabalga nuevamente por tierra de sus antepasados, siguiendo las pisadas de Yavuz Sultán Selim. Acababa de cerrar el libro de Europa, al firmar su tregua con los Habsburgos. En su hogar, la muerte de la sultana Validé ha dejado un vacío. Gulbehar se encuentra en el destierro y Roxelana es ya su mujer. Se ha convencido de que no puede entrar en la sociedad de Europa; él es turco, y turco seguirá siendo.
¿Cuáles son ahora sus propósitos? Nadie los conoce. Es el monarca más poderoso de Europa, pero huye hasta de sus propios consejeros; ha nombrado serasquier a Ibrahim para que conduzca el ejército y coseche la gloria de los campos de batalla; y a sus espaldas, una nueva flota ?en la que jamás navegará? queda a cargo de un campesino isleño.
¿Es débil de carácter? Si no lo es, parece. Aquel mismo mes, Daniel de Ludovisi dice del sultán que tiene ?un temperamento melancólico, dado más bien a la holganza que a la actividad. Se cuenta que su inteligencia no es muy despierta. No posee la fuerza ni la prudencia que deben adornar a todo príncipe, puesto que ha entregado las riendas del gobierno al gran visir Ibrahim, sin cuya opinión ni el sultán ni la corte deciden cosas de importancia, en tanto que el valido lo ejecuta todo sin consultar al Gran Señor?.
El hecho parece extraño, pero ello es precisamente lo que ha revelado Ibrahim. Ludovisi sólo expresa parte de la verdad, lo que recoge de los corrillos de los diplomáticos. En el mar Barbarroja aparece como amo de sus propios destinos; sin embargo, Solimán lo guía a distancia como con hilo de seda. Y hasta la fecha Ibrahim no ha hecho en realidad sino lo que desea su príncipe. Es evidente que Solimán posee el peligroso temple del acero, aun cuando lo tenga envainado. Quizá lo que más tema sea el desenfreno, el estallido de su propio carácter, y por eso lo contiene.
¿Cuál es, pues, el propósito que le lleva a Asia? Confía en Roxelana, pero no es ella la persona con quien se pueda charlar demasiado. Por eso no la lleva consigo en este largo viaje. Algunas palabras de Solimán pueden revelarnos su secreto; no figuran en su lacónico diario, sino en los poemas desmañados que escribiera antaño y que firmara con la frase ?Aquél que busca un amigo?.
Ciertos versos descubren un anhelo humano:
El que pobreza escoge, palacios no desea,
ni pan, ni limosna que su dolor no sea.
Hay aquí una especie de expiación. La idea se intensifica en otros dos versos; el hombre que se hiere el pecho no se deleitará ante la vista de un jardín. En otro poema Solimán se muestra sensitivo y sincero:
Eterna lucha y sincero:
Eterna lucha y guerra son todos los imperios.
No hay más goce en el mundo que la paz de una ermita.
Solimán quería manifestar su escondido pensamiento, aunque sus palabras fueran torpes. No deseaba un imperio de lucha y poder; había un mundo de sacrificios al cual pertenecía. Era como si se diera cuenta de la futilidad de los señoríos, pues no por otro motivo invoca el cuadro del hombre religioso, sin preocupaciones mundanas. Pero el yermo no era para él.
Con obstinada voluntad había comenzado a buscar en Asia la utopía que no encontrara en Europa.
SOLIMÁN EL MAGNÍFICO: SULTÁN DEL ESTE. HAROLD LAMB. VERSIÓN ESPAÑOLA DE OCTAVIO G. BARREDA. TERCERA EDICIÓN. BIOGRAFÍAS GANDESA. EDICIONES GRIJALBO, S. A. BARCELONA-MÉXICO 1972.