En muchos textos literarios griegos se lee que, según el concepto del hombre, las mujeres poseen una naturaleza muy diferente, así como intereses distintos, debido a lo cual no pueden comprender a los varones ni les es posible tomar parte en sus conversaciones. Esto es importante, pues para los griegos, en especial los atenienses, la conversación constituía una parte esencial de la vida.
Esta exclusión femenina era muy acentuada, y no se comprende bien cuando se tiene en cuenta el gran desarrollo de la cultura helénica. La causa indudablemente podría residir en la estrecha vinculación entre los griegos y el próximo oriente, donde la mujer nunca fue bien considerada.
Lo cierto es que en la antigüedad no existió ninguna forma de auténtica vida conyugal tal como hoy la conocemos, y prueba de ello es que de los escritos de la época faltan por completo la palabra ?galantería? o algún equivalente. Y es que en aquel mundo la galantería no era necesaria. La mujer conocía su lugar en la sociedad y su lugar en la sociedad se mostraba conforme con él, pues no tenía otra alternativa.
Pero había algunas notables excepciones, como era Esparta, donde la mujer, y sobre todo la joven, poseía una mayor libertad. En Esparta las chicas y los muchachos se educaban juntos y hacían gimnasia al mismo tiempo, casi totalmente desnudos. Ellas vestían unas túnicas muy cortas con una abertura a los lados que les llegaba a las caderas, a fin de una mayor facilidad de movimientos.
Sin embargo, semejantes libertades sólo eran evidencia de un riguroso orden social que exigía la procreación del mayor número posible de hijos fuertes y sanos. Tales prerrogativas no fueron en realidad más que un sometimiento a una especie de esclavitud, a la severa política de la procreación que llegaba a dar muerte a los recién nacidos que tenían algún defecto, y que daba derecho a la mujer a hacer sustituir por otro hombre a su marido si éste no parecía calificado para una descendencia robusta.
En este aspecto, Esparta era igual a las demás regiones en Grecia e incluso de la antigüedad donde el matrimonio tenía como objeto esencial la procreación, y donde la mujer joven no tenía posibilidad alguna de dar a conocer sus sentimientos respecto a su futuro cónyuge.
También se expresaba esto con claridad en la fórmula de casamiento de los griegos, en la cual se aseguraba que la unión matrimonial sólo tenía por fin el de engendrar la posteridad legal. Y Platón va aún más lejos al afirmar que la procreación es un deber hacia los dioses, que así adquieren más adoradores.
Durante los tiempos antiguos se advierte igualmente el hecho muy difundido de que la mujer, fuese cual fuese su condición social o su edad era llamada únicamente de esa forma ?mujer? y casi nunca por su propio nombre. Sólo más tarde los romanos comenzaron a obrar de modo distinto en este sentido. Hasta en la misma época de Jesús se hacía así, y el propio Redentor llama ?mujer? a su madre en las bodas de Cannán. Y la palabra griega que corresponde a mujer, es decir, ?gynae? significa ?la que da a luz?.
DR. FREDERIK KONING. BAJO EL SIGNO DE VENUS. LAS COSTUMBRES SEXUALES A TRAVÉS DE LA HISTORIA. BRUGUERA. LIBRO AMIGO. HISTORIA. BIOGRAFÍA.