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Selección de Emilio Herrera M.

Invitación a la lectura

Los jardines del retiro evocan no una sino todas las épocas del romanticismo, como etapas en sí 9º. como manifestaciones del corazón. Todo el que haya leído literatura española sabrá cómo ese sitio ha servido de escenario a la novela pasional o a las escenas en que la realidad busca un marco acogedor. Cuenta con más leyenda, más romance, más nutrida historia que los jardines de Luxemburgo, a pesar de la exaltación de los escritores franceses; es más espiritual que el Bosque de Chapultepec, maravilla natural con árboles de más de mil años y fuentes naturales que surgen de entre las mismas rocas, sin artificio alguno. Los jardines del retiro tienen, más que todo, alma.

La crisis pluvial de España ha sido muy grande en los últimos años (1957), al extremo de que ha interrumpido los servicios eléctricos en que descansa la economía nacional. Ha faltado agua para mover las turbinas, no sólo en Madrid. Ha escaseado el líquido hasta para las necesidades domésticas; se ha racionado la provisión.

Sin embargo, se ha mantenido la frescura de los jardines del retiro, como una necesidad nacional. Por satisfacer la sed del pueblo no se va a sacrificar al árbol. Y el retiro sigue, ha seguido gozando de humedad, de frescura de la que sorbe la vida.

La sombra continúa cubriendo a las parejas de enamorados, al soñador que prefiere esta quietud, a la silla del café, al estudiante que en la paz de los árboles va a aprender lecciones en los libros y en la naturaleza, a esos viejecitos que son veteranos de todas las circunstancias sociales y que dan su más profundo tono de reposo al paseo. ¡Los viejos de las bancas del retiro! Para todo sirve el parque, porque por sus arriates de frescura palpitante corren los niños, vigilados de cerca por las niñeras de delantal blanco y encajes en la cabeza. El deportista ejercita sus músculos en el tanque bordeado de glorietas y columnas griegas. El remo golpea el agua como acariciándola y en todas las orillas se refleja el cielo, el perfil del cercano bosque, la edificación marmórea. No faltan los cisnes, esas góndolas de proa armoniosa que patinan sobre los cristales líquidos, con la interrogación de los cuellos que tanto preocuparon a Rubén Darío.

Sitio del Rey y la realeza, copia del bosque en que vagan ciervos, el pueblo de Madrid reclama su posesión y el jardín sellado abre sus puertas en el propio corazón de la capital. Cuando uno levanta los ojos hacia las altas ramas de los árboles viejos, trae a la memoria el recuerdo de Felipe IV. Tal vez esas ramas no sostuvieron la mirada del monarca; pero ese tronco sí, arrugado y áspero de savias lentas. Cuando vemos los árboles nuevos nos ponemos a pensar en los reyes contemporáneos. Porque todo en el retiro es por etapas, como una gradería de años. La naturaleza obedece al tiempo y al hombre. Hoy, el césped de los arriates, las plantas y las enredaderas nos obligan a pensar en los jóvenes...

Las estatuas de piedra se asoman por entre el boscaje, acechando las callejuelas. La fuente de la alcachofa levanta sus surtidores tenues y empapa sus setos, que no se alzan más allá del borde de la taza. Las casitas salpican la verdura o rompen la línea de las alamedas. No se puede olvidar el retiro.

HERNÁN ROBLETO (CENTROAMERICANO) COLOR Y CALOR DE ESPAÑA. LIBRO MEX?EDITORES. IMPRESO EN MÉXICO. EDITORIAL COSTA-AMIC.

1957.

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