Invitación a la lectura
Tel Mardij es una pequeña aldea de campesinos situada a una cincuentena de kilómetros, al sur de Alepo, unos centenares de metros a la izquierda de la gran carretera que conduce a Damasco, la capital de Siria.
En Mardij viven unas quinientas personas, en ?colmenas? de estructura arcaica que se mezclan con habitaciones de tipo moderno, con una economía basada en la agricultura, el pastoreo, las cosechas de algodón la cría de animales de granja. No hay posada, restaurante, taberna, teléfono. Nada.
Tampoco es fácil llegar a Tel Mardij. Su nombre no figura en los mapas geográficos, el autobús no se acerca, el tren no pasa por allí y el viajero que quiere visitar el pueblo debe confiarse a un taxi, a que a un precio modesto y con algunas paradas para pedir informaciones, puede llegar desde Alepo más o menos a una hora y media. Esto, si el taxista no es de la zona o no tiene mayor interés en la historia antigua de su país. En caso contrario, el viajero estará tranquilo. A su pedido de ?Tal Mardij, por favor?, el hombre responderá con una sonrisa, el taxi atravesará a toda velocidad la caótica Alepo, y el único problema consistirá en escuchar con interés la extraordinaria historia de Tel Mardij, relatada con fervor y orgullo en árabe.
La historia ?pero mejor será definirla como ?la aventura? que narrará el amable conductor, y que por motivos obvios sintetizamos? comienza en 1963. En este año llegó a Tel Mardij Paolo Matthiae, un joven profesor de arqueología oriental de la Universidad de Roma, en pos de una idea, o mejor dicho de ?señales?, tales señales dicen que en una enorme colina artificial, un ?tel? como la llaman los árabes, al amparo de la aldea de Mardij podrían encontrarse sepultados los restos de un reino fabuloso, misteriosamente desaparecido de la faz de la Tierra después de haber dominado a Siria y la Mesopotamia, durante algunos siglos del tercer milenio antes de Cristo.
Naturalmente, como en todas las historias de este tipo (¿recuerdan la de Heinrich Schleimann, el descubridor de Troya?), Paolo Matthiae es uno de los pocos que piensan así. Sus colegas italianos y extranjeros lo consideran un tanto obstinado, inclusive porque de ese reino no ha quedado nada, y porque en el fondo las señales son sólo escasas indicaciones que aparecen en antiguos textos sumerios, hititas, egipcios, pasajes que parecen pertenecer a la leyenda, más que a la realidad histórica.
Por el contrario, como ya se habrá adivinado, el joven tenía razón. Y su nombre ya ha entrado a formar para de la historia de la arqueología, junto a la denominación de la ciudad por él descubierta entre las arenas del desierto sirio: Ebla.
Cincuenta mil habitantes, 11.700 funcionarios gubernamentales, casas, templos, palacios distribuidos en 56 mil metros cuadrados de terreno, y circundados por casi cinco kilómetros de murallas de veinte metros de altura, un archivo en el cual se custodiaban 17 mil tabletas cuneiformes, una de las más grandes y antiguas bibliotecas de la historia de la humanidad.
Tales son, en síntesis, las notas biográficas del reino que Paolo Matthiae volvió a encontrar en Siria.
Ebla ha sido definida como el más importante descubrimiento arqueológico de nuestro siglo, y ello por un motivo muy sencillo.
Hasta hace unos años se pensaba que las únicas grandes civilizaciones que dominaban el mundo en el tercer milenio antes de Cristo eran la egipcia y la sumeria, y que entre ellas y el mundo prehistórico europeo sólo existían pequeñas aldeas agrícolas, de escasa importancia, para los equilibrios políticos del mundo antiguo.
El descubrimiento de Ebla modifica por completo esta concepción.
MARIO ZANOT. EBLA, UN REINO OLVIDADO. LO INEXPLICABLE. JAVIER VERGARA. 1981. IMPRESO EN ARGENTINA.