Invitación a la lectura
Los grandes descubrimientos realizados en Egipto en los decenios que siguieron al trabajo de Champollion, van ligados a cuatro nombres que, por orden de importancia, según nuestro criterio, son: el italiano Belzoni, coleccionista; el alemán Lepsius, catalogador; el francés Mariette, conservador, y el inglés Petrie, famoso medidor e intérprete. Seguramente será provechoso para el porvenir que se vea un símbolo en el hecho de que ciudadanos de las cuatro grandes naciones europeas hayan colaborado en la misma obra, y que todas ellas buscaran una misma meta, unidos por el mismo anhelo de saber e investigar la verdad, al margen de toda otra consideración, y sólo en nuestro siglo, el que menos puede vanagloriarse de tales triunfos, ocurre que tal labor está subordenada de nuevo a particularismos nacionales o políticos.
?Uno de los hombres más notables en la historia de la egiptología, dice el arqueólogo Howard Carter, refiriéndose a Giovanni Battista Belzoni (1778-1823), poco antes de llegar a Egipto, se había exhibido en un circo de Londres haciendo el número de fuerza?. La observación de Carter se refiere más a la personalidad que al trabajo. De sobra sabemos que en la historia de la arqueología el intruso o independiente desempeña un papel importante. De todas formas, Belzoni es uno de los intrusos más extravagantes.
De distinguida familia romana, pero nacido en Padua, estaba destinado a la carrera eclesiástica. Mas antes de tomar el hábito se vio mezclado en intrigas políticas, y en vez de entrar en una cárcel italiana, ya dispuesta a acogerlo, escapó a Londres. Cuéntase cómo este gigante italiano y ?hombre fuerte? atraía todas las noches a un nutrido grupo de espectadores alrededor de la pista de circo donde actuaba. Sin duda entonces no sospechaba aún sus futuras ambiciones arqueológicas. Parece ser que luego estudió la carrera de ingeniero mecánico, aunque también es muy posible que se dedicara a ganarse la vida como simple charlatán y, en 1815 lo vemos que pretende introducir en Egipto una noria mecánica capaz de dar cuatro veces más rendimiento que las rudimentarias norias indígenas. De todos modos debió de ser muy hábil, pues consiguió el permiso para instalar su modelo nada menos que en el palacio de Mahomed Alí, el tirano más temido. Alí había comenzado su carrera siendo un simple albanés, miserable y pobre en extremo; luego traficó en café, se hizo militar y, por último, llegó a pachá y se hizo dueño de Egipto y de una parte de Siria y de Arabia, tierras todas dependientes del imperio turco. Cuando Belzoni se acercó a él, ostentaba el cargo de pachá, confirmado por la Sublime Puerta y ocupaba el lugar del anterior gobernador turco expulsado. Por dos veces, aniquiló a las tropas inglesas y había ordenado una de las mayores matanzas conocidas en la historia universal: reprimió una revuelta política de los mamelucos invitando a los cuatrocientos ochenta beys, con falso pretexto a una comida en el Cairo, y allí los asesinó a todos. Aparte de ésta y otras ?proezas?, Mahomed Alí como se puede apreciar, era amigo del progreso, pero no quedó convencido con la noria de Belzoni. Éste, en cambio, mientras tanto, había recibido del alemán Burckhardt, que recorría África, una carta de presentación, para el cónsul general británico en Egipto, Salt, y, cuando habló con el cónsul, al punto le prometió llevar ?¡el colosal busto de Memnon ?la estatua de Ramsés II, ahora en el Museo Británico? de Luxor a Alejandría!?.
C. W. CERAM. DIOSES, TUMBAS Y SABIOS. LA NOVELA DE LA ARQUEOLOGÍA. EDICIONES DESTINO. BARCELONA, ESPAÑA. QUINTA EDICIÓN. 1958.