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Pequeñas especies / DIARIO DE UN PERRO

MVZ Francisco Núñez González

1ª. Semana. Hoy cumplí una semana de nacido... ¡Qué alegría haber llegado a este mundo!

1er. mes. Mi mamá me cuida muy bien. Es una mamá ejemplar.

2º. mes. Hoy me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta y con sus ojos me dijo adiós, esperando que mi nueva ?familia humana? me cuidara como ella.

4º. Mes. He crecido rápido; todo me llama la atención, hay varios niños en la casa que para mí son mis ?hermanitos?. Somos muy inquietos, ellos me jalan la cola y yo les muerdo jugando.

5º. Mes. Hoy me regañaron. Mi ama se molestó porque me hice ?pipí? dentro de la casa; pero nunca me han enseñado dónde debo hacerlo. Además duermo en la recámara, ¡ya no me aguantaba!

8º. Mes. Soy un perro feliz. Tengo el calor de un hogar; me siento tan seguro; tan protegido. Creo que mi familia humana me quiere y me consiente mucho. Cuando están comiendo me convidan. El patio es para mí solito, y me doy vuelo escarbando como mis antepasados los lobos cuando esconden su comida. Nunca me educan, ha de estar bien lo que hago.

12º. Mes. Hoy cumplí un año. Soy un perro adulto, mis amos dicen que crecí mucho más de lo que ellos pensaban, qué orgulloso se deben de sentir de mí.

13º. Mes. Qué mal me sentí hoy, mi ?hermanito? me quitó la pelota. Yo nunca le agarro sus juguetes. Así que se la quité. Pero mis mandíbulas se han hecho muy fuertes, así que lo lastimé sin querer. Después del susto, casi sin poderme mover al rayo del sol, dicen que van a tenerme en observación y que soy un ingrato. No entiendo nada de lo que pasa.

15º. Mes. Ya nada es igual, vivo en la azotea. Me siento muy solo. Mi familia ya no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed. Cuando llueve no tengo techo que me cobije.

16º. Mes. Hoy me bajaron de la azotea. De seguro mi familia ya me perdonó. Yo me puse tan contento, que daba saltos de gusto. Mi rabo parecía rehilete. Encima de eso, me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacia la carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz, creyendo que haríamos ?nuestro día de campo?. No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron. ?¡Oigan, esperen!?, ladré, se olvidan de mí. Corrí detrás del auto con todas mis fuerzas. Mi angustia crecía al darme cuenta que casi me desvanecía y ellos no se detendrían: me habían abandonado.

17º. Mes. He tratado en vano de buscar el camino de regreso a casa. Me siento y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con tristeza y me da algo de comer. Yo les agradezco con mi mirada desde el fondo de mi alma. Yo quisiera que me adoptaran y sería leal como ninguno. Pero sólo dicen ?pobre perrito? se ha de haber perdido.

18º. Mes. El otro día pasé por una escuela y vi muchos niños y jovencitos como ?hermanitos?. Me acerqué y un grupo de ellos, riéndose, me lanzaron una lluvia de piedras ?a ver quién tenía más tino?. Una de esas piedras me lastimó un ojo y desde entonces ya no veo con él.

19º. Mes. Parece mentira, cuando estaba más bonito se compadecían de mí. Ya estoy muy flaco, mi aspecto ha cambiado. Perdí mi ojo y la gente más bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.

20º. Mes. Casi no puedo moverme. Hoy traté de cruzar una calle por donde pasan muchos autos, uno me arrolló. Según yo, estaba en un lugar seguro llamado ?cuneta?, pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor que hasta se ladeó con tal de arrollarme. Ojalá me hubiera matado, pero sólo me dislocó la cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con dificultad me arrastré hacia un poco de hierba de la ladera del camino. Tengo diez días bajo el sol, la lluvia, el frío y sin comer. Ya no me puedo mover. El dolor es insoportable. Me siento muy mal; me quedé en un lugar muy húmedo y parece que hasta mi pelo se está cayendo. Alguna gente pasa y ni me ve; otras dicen ?no te acerques?. Ya casi estoy inconsciente; pero alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos: la dulzura de su voz me hizo reaccionar. ?Pobre perrito, mira cómo te han dejado?, decía... junto a ella venía un señor con bata blanca. Empezó a tocarme y dijo: ?lo siento señora, este perro ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir?. A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude, moví mi rabo y la miré agradeciéndole que me ayudara a descansar. Sólo sentí el piquete de la inyección y me dormí para siempre pensando por qué tuve que nacer si nadie me quería.

Este cuento está dedicado a todas aquellas personas que aman a sus mascotas y que evitan el sufrimiento de ellas.

?El pueblo que respeta a los animales se le considera un pueblo cívico?. GINO PUGNETTI.

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