EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Pequeñeces/Caminar

Emilio Herrera

Hoy, viernes, acabo de hacer lo que hace un rato largo no hacía: caminar, que es algo que me gustó hacer siempre, y hace mucho tiempo no hacía. Digo: caminar no dos o tres cuadras, caminar más o menos veinte, de la peluquería de Neto a la oficina de don Joaquín, hacia donde fui poniendo un pie tras otro viendo cómo, sin mayores problemas, la meta se acercaba.

Caminando por cualquiera de nuestras avenidas te das cuenta de lo poco que han cambiado en cincuenta años, en setenta y cinco, en más. Allí está, por ejemplo, esa casa de ladrillo de la esquina de Matamoros y Falcón que en toda mi vida no ha cambiado un clavo.

Cuando mi hijo Pepe todavía estudiaba en la Ciudad de México y yo iba con frecuencia a la capital, no faltaron ocasiones en las que nos pusimos de acuerdo para que pasara por mí al hotel que estaba, y sigue, frente al Zócalo para irnos caminando hasta Polanco, donde él se quedaba con su tía Amparo, hermana de Elvira. Y no te digo que todavía yo me volviera a pie, sería exceso, pero que gozábamos la caminata de ida, sí.

Afortunadamente el gusto por caminar no se termina, son muchos los que por la mañana siguen caminando sus tres cuatro, hasta siete kilómetros, y eso está bien. No hay ejercicio más sano ni más económico. Pero, las caminatas mañaneras se toman como ejercicio exclusivamente, en tanto que las tardeadas o de anochecida incluyen el hecho de ir hablando sobre los acontecimientos más recientes o los más antiguos recuerdos.

En sus buenos tiempos Héctor y Aquiles eran buenos en esto de comer caminos, aunque no eran caminadores, ellos eran corredores, y se sabían de memoria, que también la tenían buena, sus sendas: en qué lugar los cantos y los guijarros y en qué lugar el camino era seguro, que tampoco todos lo son. De Atenea se cuenta lo mismo, no obstante haber nacido cargada con lanza y escudo de la cabeza de Zeus.

Caminando por las calles de Washington, cerca de su cuartel de bomberos una mañana de hace unos años Elvira se nos tropezó con un saliente de los mosaicos de la calle de enfrente, para que se vea que en todas partes se cuecen habas y que lo mismo en la capital del mundo que en la calle más abandonada de él un tropezón nos espera. La acompañábamos Vidal, Lupita y yo, que ya no tuvimos más qué hacer que levantarla en un santiamén. Cuando contamos esto no falta quien nos diga que si ello le hubiera sucedido a un habitante de la ciudad hubiera demandado a su Ayuntamiento con resultados positivos. ¡Pobres ciudades ricas!

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 178166

elsiglo.mx