Cuando el Señor Cárdenas le dio dueño, dijo y redijo que, definitivamente, el petróleo era nuestro, digo, del pueblo, con lo cual, efectivamente le dio dueño, tan absoluto que como tal no tiene ninguna responsabilidad y, así, nuestra mayor y mejor propiedad apenas si tiene quien mire por ella, pero no más.
Tan descuidado lo tenemos que, echando bien las cuentas, es probable que al terminar este año nos enteremos que a través de tomas clandestinas algunos de sus dueños (el petróleo es nuestro), los más impacientes, hayan dispuesto de tres millones de litros de productos refinados durante el mismo, y si eso se multiplica por los casi setenta años que van del regalito ello podrá dar una idea de lo que nos hemos dejado sacar los mexicanos de la bolsa para beneficio de unos pocos que, a sabiendas de que a nadie se le hará nada, así prueben y comprueben las sustracciones por ellos cometidas, las hacen y las seguirán haciendo mientras quede un poco de audacia en su voluntad.
Para acabar con esta inclinación, como para acabar con todas las otras malsanas que tenemos, lo que falta a las autoridades es castigarlas. No hacerlo es nuestra falla. Mientras no se castigue con el rigor que el caso requiere, ése y otros delitos contra nuestra economía, cosas como ésta seguirán sucediendo con frecuencia anual.
Las cosas entre nosotros caminan despacio. Robos de la naturaleza que nos ocupa no son los primeros que suceden, y desde que el petróleo es nuestro a la fecha han transcurrido sus muy cercanos setenta años, sin embargo, es hasta ahora que se solicitará al Congreso una reforma al Código Penal para que “el robo de productos petroleros sea tipificado como delito grave”.
¿Cómo no va a ser una situación así una tentación para anticiparse el petróleo que suponen les toca aquellos mexicanos que lo piensan suyo, a sabiendas que así es y que allí está en tanto que el castigo está por verse y, en todo caso, nos corresponderá a un delito grave?