Nuevamente ha salido a colación la posibilidad de que el centro tenga el estacionamiento que tanta falta le viene haciendo desde hace unos treinta y cinco o cuarenta años. Pero, ya sabemos, aquí no se hacen las cosas sino hasta que son estrictamente necesarias. Y aún así, a veces les damos largas. De aquellos años setenta en los que pudo haberse hecho, recuerdo algunos de los argumentos que se esgrimieron para no hacerlo bajo la plaza, donde inicialmente se sugirió: los más singulares de todos fueron que, “qué iría a ser de los pobres pajaritos sin sus árboles” y “de los ancianos sin su sombra”. Ante tales razonamientos fue que se pensó en la posibilidad de construirlo como segundo piso del Mercado Juárez, idea que no es mala y menos para los que allí tienen sus negocios.
Es de desearse que en esta ocasión quienes tienen que decidir si esta obra se hace o no, no se dejen enzarzar en discusiones bizantinas que impidan su construcción dejándose nuevamente pendiente para quién sabe cuándo.
Y esta es la oportunidad de recordar a los comerciantes del centro que el estacionamiento no es la panacea que les va a llevar hasta las puertas de sus negocios a todos los clientes que ellos sueñan y necesitan para mantener en constante mejoramiento sus negocios; que para ello es provechoso mantenerse más unidos que nunca y llevar a cabo entre todos atractivas promociones que despierten entre el público la curiosidad de visitarlos, logrado lo cual deben responder con el mejor servicio a sus clientes . . . añadiendo sus mejores sonrisas.
Entre las anécdotas de negocios que Peter Hay cuenta en su libro sobre ventas dice que “una pequeña y agresiva firma de corretaje de mercancías entrena a sus corredores en el desarrollo de una voz profesional, dándoles el mismo entrenamiento que reciben cantantes y actores. En la bolsa donde todo el mundo grita durante todo el día, el perder la propia voz equivale a la cuenta de un ejecutivo en computadoras que se desploma. El sonreír es también una cualidad esencial para un vendedor. El director de ventas de una de las corporaciones más grandes de los Estados Unidos contrató a Jay B. Iden, un director del Estado de Nueva York para que enseñara a sus vendedores a sonreír. La mayoría de ellos creía que sabía cómo sonreír, pero el señor Iden los convenció de que en muchos casos sus sonrisas eran tan sólo sonrisas afectadas. Les enseñó que este tipo de sonrisa abarca únicamente los labios, mientras que la totalidad de la cara y especialmente los ojos, son necesarios para lograr una sonrisa atractiva, sincera y amistosa. Después de la clínica de la sonrisa de Iden los vendedores aumentaron sus ventas en un 15 por ciento en un lapso de tres meses”.
De todo lo cual sacamos por consecuencia que todo es mejorable. lo importante es hacer las cosas, pero ya. No dejarlas dormir. Y menos un tercio de siglo.