Quizá usted, estimado lector, no lo recuerde y hasta es posible que ni siquiera ello sea culpa de su mala memoria sino por ser entonces usted apenas, un proyecto de sus señores padres. Y es que, mírese por donde se mire, treinta y tantos años para un hombre, lo mismo que para una obra, son muchos años. Y ésos son los que han pasado desde la primera vez que se habló de construir sobre el mercado Juárez un estacionamiento.
Me trajo a esto el encabezado de la primera página de la Sección Laguna de nuestro diario que nos informa sobre el apoyo que el Consejo de Vialidad está dispuesto a dar a la construcción del estacionamiento sobre el Mercado Juárez. La lectura de tal noticia me hizo exclamar: ¡Vaya, hombre! A ver si ahora. No obstante esta noticia, nadie puede asegurar que, por fin, dicho mercado tendrá estacionamiento en sus alturas para fines de año. Estamos acostumbrados a estas noticias sin que luego pase nada. Al menos, en estos treinta y tantos años anteriores diez o doce veces se ha ofrecido la realización del mismo. Pero, ojalá. Ojalá que lo que no se ha hecho en treinta y cinco años, que han pasado desde la primera vez que se empezó a hablar de ello, se hagan en los pocos meses que le restan a 2005. Hoy se tiene a favor del proyecto la cercanía de la celebración del Centenario que se cumplirá y celebrará pasado el próximo año y ya si esto no sirve de estímulo a una obra como dicho estacionamiento, pues entonces ya no sé a qué tendrá que recurrirse para que obras de esta naturaleza se materialicen.
Hoy cuando tanto se pinta, se afea en nuestra ciudad, como si se tratara de un concurso para saber cuánto somos capaces de destruirla sin castigar a nadie, es de aplaudirse un esfuerzo como el de este estacionamiento de que venimos hablando que además de ser práctico y céntrico no quita espacio al centro donde cada metro libre es tan necesario.
Sin embargo, no deja de ser triste que proyectos de esta naturaleza tengan que esperar turno, o lo que sea, tanto tiempo para su realización, en el supuesto caso de que en esta ocasión se llegará hasta el final, y la cosa no quedara, como en otras ocasiones, en sólo el deseo de hacerlas.
Dumas, hijo, escribió alguna vez que “El hombre se siente orgulloso de haber grabado su nombre en algún sitio, aunque no sea más que en la corteza de un árbol”. Esto mismo es lo que hacen los gobernantes cada vez que inician y terminan una obra. Conste o no el nombre del gobernante que las hace, el pueblo se siente orgulloso de haber tenido gobernantes que han obsequiado a su ciudad esta o aquella obra y nunca los olvida.
De todas maneras, no se olvide: treinta y cinco años va siendo ya mucho esperar.