Felicidad es algo que, de una manera o de otra, todos disfrutamos, muchos sin darnos cuenta de ello. La manera más frecuente de hacerla a un lado es, ignorándola.
Don Julián C. Treviño, en cuyo salón recibía a todos los nuevos alumnos de la Escuela Comercial, cuando se despedía de ellos para pasarlos a las de don Enrique, con quien terminaban la carrera, les daba como último consejo aquel de Bartrina: “Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices.” Algunos lo hemos seguido, otros no.
Una de las más frecuentes maneras de no encontrar la felicidad es buscarla en las casas vecinas, no en la propia y así, si es allí donde está, no la ven por no despegar los ojos de las contiguas.
Y no sólo en nuestras casas sino dentro de nosotros mismos a lo mejor es que va, sin que la sintamos, y menos veamos por tener fija la vista en lo que creemos la felicidad de los demás, que a lo mejor para ellos tampoco es.
Pienso en su buena suerte con alegría y después con dolor, solía decir Pearl Buck, porque en esta vida no es bueno ser demasiado afortunado. El aire y la tierra abundan en espíritus malignos que no pueden sufrir la felicidad de los mortales, especialmente, de los pobres.
Lo que no hay que olvidar es que a la felicidad, sobre todo a la propia, no hay que darle publicidad. Si eres feliz escóndete, decía Casona. No se puede andar cargado de joyas por un barrio de mendigos. No se puede pasear una felicidad como la tuya por un mundo de desgraciados y lo peor, que no lo son, pero que se creen por no ver lo poco o mucho que tienen por sólo ver lo que los otros tienen creyéndolos, por ello, felices sin que ésta sea la realidad de aquéllos.
No recuerdo quién dijo que entre el dinero y la felicidad hay la misma relación que entre las plumas y las gallinas; una gallina sin plumas sigue siendo una gallina, pero no acaba de convencer a nadie.
El viejo y sabio Confucio afirmaba y seguro le darás la razón, que sólo puede ser feliz siempre el que sepa ser feliz con todo.
Mi querido France decía que los hombres que se han ocupado de la felicidad de los otros han hecho desgraciados a los que han tenido a su alcance.
Por su parte Maeterlink decía: El hombre feliz es el que mejor conoce su felicidad; y el que mejor la conoce es el que más hondamente sabe que la felicidad sólo está separada de la desgracia por una ida humana, alta, infatigable y valiente.
Séneca decía con todo cinismo: Si quieres vivir feliz, no te importe que te crean tonto.
Pero, en fin, para no decepcionarnos con nada de lo anterior terminemos con lo siguiente de Jardiel Poncela: hay dos maneras de conseguir la felicidad: una hacerse el idiota; otra, serlo.