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Pequeñeces/Greta

Emilio Herrera

Si Greta Garbo viviera, ahora estaría cumpliendo su primer centenario. Era sueca y hablaba poco, que, de todas maneras, de nada le hubiera servido en sus principios en el cine que entonces era mudo. La natación le dio el cuerpo que tenía y que ya trajo hecho cuando en 1925, después de trabajar en una película en su tierra se vino a Estados Unidos de Norteamérica, a ver si era cierto todo lo que de ellos se decía y particularmente lo de Hollywood. La competencia no era mucha y por los años treinta, con 25 de edad empezó a trabajar sin parar y aquí el Cine “Princesa” a ofrecernos sus películas: “La Reina Cristina de Suecia”, “Ana Karenina”, “La Dama de las Camelias”, “Ninotchka”, no, Ninotchka ya fue en Martínez, ¿verdad?

Se retiró pronto, en 1941, a los treinta y seis años. Sabía lo que quería y había venido a lo que había venido a Estados Unidos, por sus billetes verdes. Aunque ella le gustaba a la gente, la gente no le gustaba a ella, así que ya retirada vivió como una reclusa en Nueva York. La razón que daba para vivir así fue siempre la de que “quería estar sola”. Fuera de eso, le gustaba cenar sola y mirar los rascacielos de que entonces se estaba poblando la capital del mundo. En la pantalla se veía lánguida y seductora. Llenaba los gustos de mediados del siglo pasado, antes de que llegara Marlene Dietrich. Recién llegada apenas si sabía hablar inglés; sin embargo, cuando llegó el cine sonoro no se arredró y declaró estar dispuesta a probar en una película con diálogos.

Y no se andaba por las ramas, cuando le preguntaron qué historia le gustaría interpretar, dijo que, desde luego no una de esas tontas historias de amor que todos los estudios venían filmando por millares sino algo singular, la vida de Juana de Arco, por ejemplo. Su última película fue “Resurrección” que todos los de la época vimos a manera de despedida. Con John Gilbert hizo varias películas y ambos se dieron en “El Demonio y la Carne” el beso más largo que se haya filmado en Hollywood. Clarence Brown que dirigía la película en un momento dado comentó: “yo no estoy dirigiendo esta escena, la dirige Dios.” La publicidad que los estudios hicieron a esta película sólo decía “89 besos en una sola escena”. Hablaba poco, pero tampoco se negaba a hablar con los reporteros a quienes en alguna ocasión dijo: “si quieren que hable, hablaré. Me encantaría actuar en una película sonora cuando sean mejores, porque las que he visto hasta ahora son horribles. No veo qué tiene de divertido mirar una sombra mientras llega una voz desde otra parte de la sala”. Ella, por su parte, sentía una gran admiración por Pola Negri cuyas películas veía siempre que podía y yo apenas alcancé en el Princesa.

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