Entre las mujeres que, a través del tiempo, han honrado a su género habrá que seguir recordando, año por año, a la inglesa Florence Nightingale. Reformar los hospitales -cambio que abarcó a los de todo el mundo- fue su misión en la vida, a la que se sintió llamada desde sus primeros años. Se dice que la propia reina Victoria al darse cuenta de su obra comentó: “¡Me gustaría tenerla en el ministerio de la Guerra!”.
Fue en la guerra de Crimea (1854-1855) cuando cambió la sangre y la suciedad de los hospitales de su patria por el orden y la limpieza. Igual que Juana de Arco, ella creyó que Dios había hablado con ella al menos cuatro veces. La primera vez, según ella, siendo muy joven; sin embargo no estaba muy convencida y por lo tanto no pudo convencer a sus padres, a quienes contó lo que creía le había ocurrido. Se trataba de su vocación, que sería la de dedicar su vida a aliviar los desafortunados deshechos y desamparados.
Se levantaba temprano y lo primero que hacía era anotar los partes sanitarios. Por fin, convenció a su familia que la dejasen estudiar para enfermera y así llegó el tiempo de la guerra de Crimea, que determinó el curso de su vida. Con la preparación que representaban varios años de estudio empezó a actuar. El resultado fue una verdadera revelación. Para empezar, no admitía a las damas animadas de nobles intenciones pero, que se rehusaban a vaciar orinales; no hacía reverencias a los médicos que preferían el desastre a la interrupción de su rutina.
La imagen de Florence Nightingale caminando por las salas del hospital con la lámpara en la mano por entre los enfermos se convirtió en una especie de mitología de la Inglaterra de los tiempos de la reina Victoria. Cuando terminó aquella guerra, aquella enfermera era una heroína; sin embargo, todavía viviría medio siglo más entregada su profesión. Más adelante se vería precisada a guardar cama por enfermedad en Londres, pero, en aquel siglo, el XIX, de cómo cuidar la salud de las naciones nadie sabía más que ella.
En los primeros años de su juventud, mientras hacía una gira por Egipto, hizo esta anotación en su diario: “Dios me habló hoy de nuevo cuando estaba sentada en las escaleras del pórtico de Karnak”. Años después hizo la siguiente: “Hoy cumplo treinta años, la edad en que Jesucristo empezó su misión”.
En un siglo en que las enfermeras en Inglaterra tendían, en muchos casos a prostituirse y casi la mitad de los soldados moría en los hospitales cuando iba a la guerra, el genio de la “Dama de la Lámpara”, hizo que mejorara en todo el mundo el término medio de la salud pública. Pero, claro, en aquellos tiempos Jesucristo todavía podía elegir una mujer con quien hablar, cosa que hoy le es imposible con tanto ruido alrededor de las que pudieran ser elegibles.