Repetiré lo que he venido diciendo desde hace años: el antiguo concepto de las plazas no tiene ya validez en nuestro tiempo. En él apenas si tiene ya importancia la sombra y el descanso callejero. La soledad de las plazas, tal como todavía son entre nosotros, es cada vez mayor. Y se entiende: el clima es cada vez mejor en cada vez mayor número de hogares; el chisme es más sabroso por teléfono; las telenovelas y las desveladas con los artistas televisivos de moda consumen cada día más tiempo: en el altar de lo que hay que ver se sacrifica diariamente lo que resaltaba del viejo arte de la conversación. Y si es por el ejercicio de caminar por los andadores de una plaza, más se camina por los pasillos de los centros comerciales en búsqueda de ofertas, sin el riesgo que nos caiga encima la travesura de algún pájaro.
Desde hace tiempo, en muchas partes, se han venido cambiando las sombras arbóreas por espacios abiertos donde los ojos y la sensibilidad del hombre moderno, sin vestuario caluroso y sin sombrero, encuentre a su paso atractivos dinámicos. Por eso los parques modernos son diseñados por verdaderos artistas especializados. El mundo actual es un mundo dinámico y todo debe estar acorde con él y con los hombres que lo habitan.
En estos días en que se ha vuelto a hablar en la posibilidad de estacionamientos a los lados de nuestra plaza principal, es oportuno pensar en grande y con audacia en la posibilidad de modernizar la plaza desarbolándola -los árboles allí existentes pueden devolvérsele a la ciudad multiplicados por diez, pero en otros sitios más necesitados de ellos-, esto daría ocasión a nuestros más bellos edificios del centro de lucirse pudiendo ser admirados a la distancia justa con toda su hermosura. De allí en adelante la posibilidad de hacer, en contraste con éstos una plaza moderna no tendría más límite que la imaginación y el genio de nuestros arquitectos, artistas y diseñadores: juegos de agua aquí y allá, en el centro, acaso, como motivo principal “El Almuerzo Campesino” de Ruiz Vela hecho escultura, único recuerdo artístico de nuestro origen agrícola, flores de colores brillantes en atrevidos cármenes, qué sé yo... Y juegos de luces para por la noche, lo mismo en la plaza que en los edificios que la rodean. El cambio sería fantástico. Por supuesto que traería gritos y protestas, como siempre pasa con los cambios, pero, al final la ciudad agradecería asombrada de lo que tiene y apenas si puede contemplar y a lo mejor ni ha visto, y menos en conjunto. Y no sólo ella, tampoco nuestros visitantes.
Pero, en fin, si esto es un sueño, lo que es una verdadera necesidad es llenar de flores nuestra plaza, darle color, aroma y jardineros con amor. No sólo barrenderos y regadores, jardineros. Jardineros es lo que nuestra plaza necesita. Y presupuesto. Con esto se vería la plaza que nuestra ciudad puede tener.