A la vida como angustia, propuesta por Heidegger y también por el siempre querido viejo Unamuno, Ortega está de acuerdo, pero, agregando, también como empresa.
Para Pedro Lain Entralgo, médico y escritor español, lo anterior, según Diego Gracia, llegó a convertirse en lema de su vida, escribiendo allá por el 58 un libro con ese nombre: “La empresa de ser hombre” y hace cuatro años, al final de sus días, proyectaba otro que hubiese titulado, de haber tenido tiempo para escribirlo: “La muerte propia”. Todo esto se me viene hoy, no a la cabeza sino a la punta de los dedos porque al fin y al cabo creo que con éstos, encargados de aporrear las teclas de mi computadora y no con aquélla, es con los que me comunico con ustedes.
De la muerte, más que de la vida, es de lo que hoy más se habla, en el cine, por ejemplo y se escribe. Los que están todavía a tiempo, deben vivirla con toda la responsabilidad que les sea posible; los que nos vamos acercando más a aquel lado que a éste no nos queda mas que prepararnos para recibirla sea cual sea la forma en que sintamos, más que ver, y esto, a partir de cierta edad es cosa diaria, la forma en que se nos acerca. Afortunadamente he practicado toda mi vida lo que algunos filósofos han dado en llamar la “dialéctica del abrazo”. No me ha bastado el saludo que algunos dan apenas acercando las palmas de las manos, para mí esto ha sido siempre insuficiente; yo necesito sentir al prójimo cerca de mí y eso sólo un buen abrazo me lo da.
Que ¿por qué digo hoy esta serie de tonterías? Pues porque ayer -hoy que escribo esto es sábado- recibí como todos los años desde hace treinta a un grupo de amigas que entonces eran mis colaboradoras y hoy son lo que digo de Elvira y mías. Cuando esta reunión anual empezó el grupo era muy numeroso, pero, ya se sabe, los años al pasar cada año lo reducen y es, precisamente, la muerte, la que se encarga de ello. Sin embargo, en la noche de nuestra reunión, año por año, todas ellas resucitan en nuestro afectuoso recuerdo y comparten la alegría general, que éste es el último y más grande de los milagros de la amistad. En cierta manera estos renglones son un homenaje a todas ellas ¸a las que esa noche, año por año, me han visitado y a las que ya no están. La empresa de mi vida ha sido, más que otra cosa amar a Elvira y a nuestros hijos y conservar a mis amigos.
Por último tengo frente a mí la otra empresa, la de envejecer, a la que sí, para que es menos que la verdad, me he resistido, aunque consciente de que no seré triunfador.
Me queda, pues vivir esto: la vejez. Si Dios me ayuda, la viviré dignamente.