Mi abuela paterna me contaba de las mariposas y otros pequeños seres que zumban, huyen, miran y rascan, encierran un sentido simbólico relacionado con nuestra suerte.
Los pétalos volantes de las mariposas no vaticinan nada malo. Al parecer sólo pueden ser felices, igual que las libélulas, capaces de amarse en el aire. Las mariposas hechas yo no sé cómo, casi impalpables, son como sonrisas fugaces de la naturaleza. Ella me aclaraba que las abejas son otra cosa: que ocultan su aguijón envenenado y las negras anunciaban la llegada misteriosa de un viajero ya casi olvidado, pero que, ¡cuidado con las amarillas!; había que andar muy listos con ellas porque avisaban muerte, muy dolorosa si era a causa de sus picaduras.
La hormiga, como todos sabemos, es sabia. La hormiga, me decía, es arquitecta, guerrera y nigromántica; entiende el hablar del lugar en que nace: y si al pasar por un campo a alguien se le ocurre, ya no digo decir, sólo pensar que ojalá las tuviera frente a su casa, olvídate que esa misma noche las tendrá en su domicilio que dejaran devastado.
Mi abuela era de por San Luis, y se me olvidó preguntarle si personalmente había visto cosas así, pues, yo, aquí, nunca. En cuanto a las cucarachas, ese insecto que dicen habrá de ser el último en morir cuando se acabe el mundo, sea cual sea como éste termine, para alejarlas de donde ya no se les soporta, decía mi abuela, que sólo había que escribir en un papel la palabra “cucaracha”, arrojándolo a la calle. Apenas un transeúnte lo recoja, las cucarachas emigrarán en masa para ir a invadir la casa del imprudente.
En cuanto a las víboras, adivinan la preñez y la respetan; las lagartijas vaticinan la felicidad, lo mismo que las ranas y los sapos, y en la penumbra mojada, como la del jueves último, cantan con desesperado lirismo.
Un pájaro que cruza por el aire se parece a un pensamiento. El colibrí es portador de felicidad; matarlo es arriesgarse a que una tempestad destruya la vivienda del culpable, así que, ¡cuidado con la tentación!
Y en fin, al menos de lo que a este respecto recuerdo de lo que un día me contara mi abuela, añadía que así como las golondrinas sacaron de las sienes del crucificado las púas de la trágica corona, los colibríes extrajeron del corazón de la madre de Jesús espinas más agudas y más largas.