“Será tarea de Bush llevar la paz al mundo”. Bien está lo que bien acaba, pero esa paz que se perdió en el mismo Paraíso, y a la que desde entonces no le han faltado buscadores, como que no quiere volver a ser. Por la paz, para vivir en paz, fue que Caín mató a su hermano Abel, y ni así. El Señor lo marcó para que todos lo reconocieran como asesino. Cosa curiosa, los que vieron en la televisión la marcha de Washington, habrán visto entre las cartulinas de muchos espectadores que vitoreaban a Bush, algunas, pocas, que le llamaban así: Asesino.
¿Los romanos no pretendieron también lo mismo? Y comenzaron su intento con otra muerte, la de Remo, hermano de Rómulo, quien olvidando toda fraternidad y que ambos habían mamado de la misma loba, dejó tieso a su hermano tomando, luego, un azadón para empezar la fundación de Roma que, a su vez, empezaría a buscar la paz.
La cuestión es que, así como los romanos no llevaron la paz al mundo, tampoco Bush es lo primero que lleva. Lo primero que lleva es la guerra o la amenaza de ella o el miedo, que es algo peor. La historia de esta paz es la misma que la de la paz romana, la que pueda dar el dinero, pero no la fraternidad, que sería la paz verdadera. Lo primero que tendría que hacer el repetido señor presidente es convencer por las buenas a sus compatriotas de que son hermanos, mayores si ustedes quieren, del resto de los habitantes del mundo y no sólo de aquellos que poseen alguna riqueza conveniente, como el petróleo, por ejemplo, para su nación.
Los romanos pisaban fuerte, igual que lo hacen hoy nuestros vecinos y como éstos, también barruntaban enemigos y peligros por todas partes y todos aspiraban a lo mismo: los de abajo pensaban en el dinero y los de arriba en las riquezas, mientras más grandes mejor; sonreían por conveniencia pero no con sinceridad. ¿En qué han cambiado los imperios? Personalmente, igual entonces que ahora, cada uno era y es un hombre y como tal, buena persona; pero en conjunto son otra cosa; como pueblo iban y van a lo suyo. La segunda elección de Bush será algo así como el paso del Rubicón por César, es decir, que la suerte del mundo está echada.
Por otra parte, la paz no puede vencer a la guerra. La paz no promueve, mantiene indefinidamente en su sitio a los hombres, restando posibilidades a otros. La guerra sí. La tarea de Bush confía en que la libertad llegue a imperar en todas partes, cosa difícil, pues descansa en el orden que, incluso en su país es obstaculizado muchas más veces de las que somos capaces de imaginar. Y allá, como en cualquiera otra parte del mundo, cada día hay más desesperación por como van las cosas.