Treceavo mes le dicen en algunas partes a estos días de la última semana anual. Metidos entre dos grandes fiestas: La Navidad y el Año Nuevo que requieren de toda la energía del hombre, poca le deja a éste para emplearla en algo que no sea, necesariamente, el descanso para reponer la derrochada en la primera de ellas: la de Navidad. Pero, es la única manera de despedir como se debe al año que se va y recibir al que viene tan prometedor que hasta parece político.
En tan corto “mes” parece que no pudiera ocurrir otra cosa que el transcurso de sus días y, sin embargo, de vez en cuando, en ese breve transcurrir cuántas tragedias suceden cambiando la vida de familias completas: allí están esos gomezpalatinos que a un par de días de la celebración de la Navidad un incendio les ha dejado sin muebles ni lugar dónde vivir. No importa la calidad de su hogar, era su casa y bajo su techo sentían su vida segura y el orgullo de decir: lo tengo. Resultado, el que sea, de toda una vida llena de esfuerzos, es una pena que las llamas puedan acabar con ello en unos cuantos minutos.
Como siempre estas dos últimas celebraciones anuales llenarán de felicidad a muchos habitantes de este mundo, pero, a otros, los menos, es cierto, sólo les llenarán de amargura. ¿Por qué tiene que ser así? Si son fechas tan notables, ¿por qué nuestro Creador no permitió que en esos días, al menos en esos días, todos los hombres del mundo fueran felices?
En fin, aquí estamos rumbo al nuevo año. No falta quien diga que es el mismo de siempre, al que sólo le dan una relumbrón y lo ponen nuevamente a funcionar. Sea como sea, el hombre lo vuelve a recibir y hace en él cosas nuevas, algunas de ellas tan maravillosas como las más en su pasado.
Nada es, evidentemente tan provechoso para el hombre, decía Keyserling, como considerarse elegido. Todo aquel que cree en sí mismo, sea quien fuere, es superior al inseguro. Esto es, pues, lo que debemos tener en cuenta cuando tengamos el Año Nuevo en nuestras manos.