Todas las cosas que llegan a realizarse en este mundo empiezan por una palabra, una palabra dicha por un hombre y contestada por otro. El hombre y la mujer se entienden por el sí femenino de la réplica.
Poco, o nada, haríamos, o hubiéramos hecho, si el Creador no nos hubiera dado el don de la palabra. ¡Las cosas que se han hecho sólo porque alguien, en un momento dado, se atrevió a preguntar entre un grupo de amigos: “¿por qué no hacemos esto (o aquello)? o a proponer: “hagamos esto (o aquello)”.
Porfirio de la Garza y yo no nos conocíamos. Pero ambos correspondíamos a diferente generación de la Escuela Comercial y un día, en calidad de ex alumnos fuimos invitados por don Enrique C. Treviño a escuchar a un joven americano que en la Cámara de Comercio hablaría sobre la labor de las Cámaras Junior de Comercio en Norteamérica. Al terminar todos los asistentes se retiraron prometiendo volver a reunirse. Semanas después, Porfirio y yo nos encontramos un medio día en la avenida Morelos esquina con Cepeda, cruzándola. Nos dijimos: ¡hola! y recordamos lo prometido y no cumplido hasta entonces. Con ello le dimos vida a aquel grupo de jóvenes laguneros entre los que desde su primer momento destacó Carlos Jalife, a quien aquí estoy viendo en “Rostros”, Laguna con las manos cruzadas en la cintura para que el padre José Natividad Fuentes no lo haga menos en la foto.
La Cámara Junior de Torreón demostró a los que éramos jóvenes por los cincuenta que en esto de intentar hacer cosas no hay que ser egoístas, si presumimos de poder hacerlas no iremos a ningún lado, hacen falta, es cierto algunos hombres mejores, pero no tantos. Con que siempre se destaque alguno es suficiente. Y en su momento, Carlos Jalife fue uno de ellos. Todo lo cual acabó sirviéndole para lo que después ha llegado a ser, esté donde esté.
Entre aquellos jóvenes de la primera hornada juniorística a quienes hoy me da gusto recordar -y es una lástima que mi memoria, que se vaya acabando, no los pueda recordar a todos- estaban: Porfirio de la Garza, el doctor Álvaro Rodríguez Villarreal, José Chávez Castañeda, Armando Rubio, Abdiel Vega, Lucio Torres, Rafael Delgado, (¡hola, Rafael!), Juan M. Leal, Jesús Solís Fabila, Jesús Guajardo, licenciado Jesús Sánchez Dávila, (¡hola licenciado!), Heliodoro Anaya, Alfonso Fernández, Pedro Curiel y este servidor de ustedes.
Los Desayunos Escolares ellos, los primeros júniores de Torreón, los sacaron de la nada, digo, de la necesidad que había en aquellos tiempos de darles algo de alimento a quienes acudían a su escuela primaria sin nada en el estómago. Con esta obra ganaron para nuestra ciudad en su momento una mención mundial en una convención celebrada en San Francisco a principios de la década de los cincuenta.
Una de las últimas distinciones ganadas por Carlos Jalife fue “El Premio Nacional Voluntario 2001” que le fue entregado de manos del licenciado Vicente Fox Quesada, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Y allí van éste y algunos otros laguneros que en un momento de sus vidas fueron “júniores” y después, todo lo demás que sean sólo porque un par de sus paisanos se dijeron en una esquina: ¡hola, qué tal?