Que respire profundo, que suspire, que llore. Que todo se arregla del alma hacia fuera, me asegura el terapeuta. Lo estoy intentando, no quiero contagiarme de la fracasomanía que nos tiene cogidos una vez más. Parece que hemos dado por muerto este sexenio y sólo nos queda enterrar el cadáver.
Inmersos en un pesimismo contagioso, lo que corresponde son más males. Corresponde el cinismo y la apatía, envolvernos en la bandera y arrojarnos del Castillo de Chapultepec, mientras los malos de siempre se atusan el bigote y se frotan las manos en espera de volverlas a meter muy pronto en el botín que es para ellos este país nuestro.
Que no hubo cambio y que sin ellos no es posible ejercer el poder. Y mientras mal-decimos, las ratas van por más. Antes de soltar las mentadas que el cuerpo me pide, respiro profundo y tras exhalar algunos suspiros, me aplico en repasar detalles que ayuden a restaurarme el ánimo.
Por ejemplo: obstinado como es -si no lo fuera nunca hubiera sacado a las ratas de Los Pinos- Vicente Fox convocó a una gran Concentración por la Democracia. La gente no acudió y todo quedó en un festejo más bien deslucido. Lo que son las cosas, yo en todo eso encuentro un cambio significativo porque ¿quién no recuerda el despliegue de “fuerzas vivas”: obreros, campesinos, petroleros, burócratas, empresarios, banqueros y el infinito séquito de aduladores que hasta el sexenio pasado se movilizaban ante la menor sugerencia presidencial? Imposible negarse al acarreo sin correr el riesgo de ser expulsado del cuerno de la abundancia priista.
Mucho han cambiado las cosas y hoy, desairar una convocatoria presidencial es algo que podemos permitirnos. Aunque el vasallaje en el que nos formó el viejo sistema político sigue rindiendo sus frutos, cada día somos más los ciudadanos conscientes de que el poder lo tenemos y lo otorgamos nosotros.
Tal vez no a la altura de las grandes expectativas que generó la llegada de Vicente Fox a la Presidencia, pero una ciudadanía que ya no cree en el vasallaje, es un cambio significativo.
Desgraciadamente, la moda es escatimarle al presidente cualquier logro, aunque bien los ha habido en viviendas, carreteras e infraestructura. Lo que se estila es minimizar la importancia de la estabilidad macroeconómica que tanto valoramos quienes conocimos la incertidumbre y los cardiacos golpes de timón provocados por la paranoia que atacaba a nuestros presidentes cuando empezaban a vislumbrar el fin de su mandato.
Pero bueno, parece que en la vida la mitad es deseo y la mitad descontento. Lo deseable es que se imponga el deseo y vacunados contra el pesimismo ambiental, nos pongamos a trabajar como cuerdos para atajar a las ratas.
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