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Plaza pública/Adiós a las armas

Miguel Ángel Granados Chapa

Madrid.- El mando del Ejército Republicano Irlandés ordenó el jueves pasado, “formalmente el final de la campaña armada”. A partir de ese día, el ERI debe abandonar el uso de la violencia y dedicarse al “desarrollo de los programas puramente políticos y democráticos por medios exclusivamente políticos”. Apenas en diciembre y enero pasados esa fuerza que combatió al Gobierno británico en Irlanda del Norte desde hace 36 años había realizado sus más recientes actos de presencia, el asalto a un banco y el asesinato en Belfast, en una riña, de un camionero católico opuesto a la lucha armada.

Ese último acontecimiento orilló a Sinn Feinn, el partido político nacionalista irlandés que ha mantenido sintonía con la organización armada, a insistir en la deposición de las armas, un largo proceso que había sufrido interrupciones varias veces. Pero los atentados del siete de julio y la zozobra de las semanas siguientes sin duda aceleraron la declaración del ERI. Después de los estallidos y las muertes provocados por fundamentalistas islámicos, el ERI no podía permitirse la mínima sospecha de complicidad con esa forma de destrucción, que no es propiamente de lucha en pos de objetivos específicos, aunque en el caso de los ataques a Madrid y Londres se alegue que fueron castigos por la participación de tropas españolas y británicas en la ocupación de Irak.

El vasto imperio británico, que enfrentó con violencia a veces y con prudencia otras, los propósitos independentistas de sus colonias lejanas, continúa enzarzado en su relación con la isla vecina, a la que dominó durante siglos y que en 1937 se constituyó en república con vida propia, habitada por una sociedad mayoritariamente católica, aunque sólo después de la Segunda Guerra Mundial el Gobierno de Londres reconociera ese hecho irrevocable.

Pero el Ulster, los condados del norte de la isla irlandesa continuaron bajo la dominación británica. Durante veinte años se intentó la difícil convivencia de los partidarios de integrar una sola Irlanda, republicana y católica y los partidarios de continuar unidos a la Gran Bretaña, que disfrutan en general de mejor posición económica y pertenecen a iglesias reformadas, especialmente la anglicana.

En 1968, los proirlandeses encabezados simbólicamente por la joven Bernadette Devlin reavivaron su lucha por una sola Irlanda y ante la represión británica constituyeron el Ejército Republicano Irlandés (ERI), que parecía un anacronismo excéntrico, pues se comprendía que se organizaran movimientos armados en las antiguas colonias de Asia y África pero no en el centro mismo de la civilización europea. A la formación y los ataques del ERI, además de la fuerza castrense organizada, los unionistas respondieron con la creación de guerrillas paramilitares, lo que dio lugar a una suerte de guerra civil y a la creación de barrios excluyentes en ciudades como Belfast y Londonderry, aislados por verdaderas barricadas.

El ERI atacaba de tanto en tanto, con acciones tanto en Irlanda del Norte como en Londres mismo. Cientos de sus efectivos fueron detenidos, y en 1981 diez de ellos realizaron una huelga de hambre, encabezada por Bobby Sands, que de ese modo murieron en prisión, ante la impasible primera ministra Margaret Thatcher. Fue necesario que ella abandonara el poder para que en 1993 su sucesor John Major y su homólogo irlandés Albert Reynolds dieran el primer paso hacia la paz, esbozando la posibilidad de que existiera una sola Irlanda, si la población del Ulster lo decidía en un referéndum.

Entre zigzagueos fue trazándose una línea política a la que se sumó titubeante el ERI. Aunque en 1994 anunció un alto al fuego, lo interrumpió con un atentado en Londres en 1996. Al año siguiente retomó la idea de una tregua, que junto a los esfuerzos del Sinn Feinn y la voluntad del Gobierno de Londres condujeron en 1998 al Acuerdo del Viernes Santo, del que se partió para que Irlanda del Norte tenga una cierta autonomía y sus propios parlamento y Gobierno. Pero meses después de ese pacto los unionistas radicales lanzaron un ataque en territorio católico causando más de veinte muertos, lo que encendió de nuevo la tensión bélica en el ERI.

El ERI no se arrepiente de su pasado. Al contrario, en su comunicado del jueves 28 reitera su convicción “de que la lucha armada era totalmente legítima”, aunque también tiene conciencia que “mucha gente ha sufrido en este conflicto”, por lo que “edificar una paz justa y duradera es un imperativo apremiante para todas las partes”. En esa dirección, su actividad política se propone “avanzar hacia nuestros objetivos republicanos y democráticos, incluido el de una Irlanda unificada. Creemos que ahora existe una alternativa para conseguirlo y para terminar con la dominación británica en nuestro país”.

En España, la decisión de ERI avivó la esperanza de que ETA se mostrara sensible a las invitaciones del Gobierno socialista para abandonar las armas y sumarse a la lucha política. Si bien desde hace dos años aquella organización separatista no ha cometido asesinatos, no ha dejado de perpetrar atentados terroristas que son la respuesta a la apertura gubernamental. La decisión de los combatientes irlandeses, sin embargo, puede conducir a ETA a una reflexión en que cambiando lo que haya que cambiar (porque no son idénticas las situaciones) expresara también su adiós a las armas. Aunque pueda atribuirse al ERI parte del clima que condujo a la autonomía norirlandesa ha sido la política, no las armas, la acción determinante.

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