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Plaza pública/Bravucón Chávez

Miguel Ángel Granados Chapa

Distantes ideológicamente, los presidentes Fox y Chávez padecen temperamentos semejantes. Suelen no darse tiempo para reflexionar, y consideran la irreverencia y la espontaneidad como virtudes políticas. Como candidatos presidenciales frente a sistemas corruptos y fatigados, aquellos atributos resultaron útiles para derribar viejos andamiajes políticos. Pero se han convertido en lo contrario a la hora en que deben ejercer responsablemente la Presidencia. Cada uno proclamó el cambio y a cada quien una porción importante de la sociedad le ha reclamado no haberlo impulsado suficientemente o en la buena dirección, aunque es clara la diferencia entre el empuje violento y aun golpista de la Oposición al gobernante venezolano y la que de modo institucional se manifiesta en México. Sin embargo, cada vez que Chávez ha ido a las urnas, sea para que se le elija o para aprobar sus iniciativas, o para defender su posición, recibió el apoyo de la mayoría de la sociedad.

Fox y Chávez mostraron su antipatía por primera vez en marzo de 2002, en la misma cumbre efectuada en Monterrey -sobre financiamiento del desarrollo- de la cual se ausentó el presidente de Cuba Fidel Castro a pedido de su anfitrión mexicano, aunque no lo acató enteramente pues ni siquiera se quedó a comer. Cuando el venezolano había desarrollado apenas cuatro de los diez puntos de que se compondría su discurso, como director de los debates Fox lo interrumpió para anunciarle que su tiempo había concluido. Confianzudamente, Chávez llamó Vicente a su interlocutor (y no le espetó el distante “caballero” con que el domingo le lanzó una advertencia) y le pidió poder terminar, no sin reprocharle que hubiera permitido a otros oradores extralimitarse sin el llamado de atención que ahora contestaba.

Tres semanas más tarde, el 12 de abril de 2002 Chávez fue depuesto por una asonada que la postre sería fallida, por lo que pudo retomar el poder. Ese día estaban reunidos en San José de Costa Rica los presidentes de los 19 países del Grupo de Río y sus cancilleres, y si bien se condenó la interrupción del orden constitucional, el presidente de México se permitió diagnosticar la situación venezolana y en cierto modo justificar el golpe: “no es posible...dejar de considerar que los lamentables acontecimientos...se han producido a partir de una intensa y amplia reacción social ante el curso de polarización interna y externa y de conducción económica errática seguido por los gobiernos en tiempos recientes”.

Esa justificación de la revuelta hubiera carecido de relevancia si la hubiera formulado cualquier persona, no el presidente de una República, y si Chávez hubiera sido depuesto. Pero el golpe se dislocó en unas horas y el mandatario venezolano tornó a su oficina, donde debe haber tomado debida nota del modo en que reaccionaron los gobiernos ante su frustrada caída. Y la de México debe haber contado entre las desfavorables porque al son de la doctrina Estrada el Gobierno mexicano anunció que continuaría sus relaciones con Venezuela, llamárase Pedro Carmona o Hugo Chávez quien gobernara.

En el contexto más próximo al desaguisado de Mar del Plata, el canciller Luis Ernesto Derbez cayó víctima del activismo chavista que fue eficaz para que los países caribeños se inclinaran por el candidato chileno, José Miguel Insulza y no por el mexicano a la hora de elegir secretario general de la OEA. Como se viera que un factor central de la diplomacia de Caracas es la relación especial que en materia petrolera mantiene Venezuela con su entorno, el Gobierno de México se sacó de la manga un as que lo colocara en posición semejante: la instalación de una refinería en territorio centroamericano, que procesara crudo mexicano y beneficiara a las naciones istmeñas. Mas como se trataba al parecer más de una ocurrencia que de una idea, fue sofocada en ciernes por instancias internacionales autorizadas.

En la IV Cumbre de las Américas y en su secuela se agudizaron las diferencias políticas de los dos mandatarios, empeoradas por sus similitudes. En este lance, empero, el presidente Chávez ha actuado con mayor irresponsabilidad que su contraparte. Durante el fin de semana pasado los cancilleres Derbez y Alí Rodríguez se afanaban en llegar a una solución de compromiso que sin incriminaciones recíprocas pusiera fin al desencuentro presidencial, por lo menos en lo que toca a su más reciente manifestación, tal como habían conseguido Derbez y Rafael Bielsa en cuanto al diferendo entre Fox y el presidente Néstor Kirchner. Pero la gana de Chávez de recordar una copla llanera lo llevó a un alarde de bravuconería. Citó primero: “yo soy como el espinito/ que en la Sabana florea/le doy aroma al que pasa/ y espino al que me menea”, y luego advirtió aludiendo a Fox: “no se meta conmigo, caballero, porque sale espinado”.

A raíz de su desplante anterior (cuando llamó cachorro del imperio al presidente mexicano), la cancillería convocó al embajador de Venezuela, para que se explicara, pero fue recibido no por Derbez ni un subsecretario sino por el director de la región respectiva. No obstante la insatisfacción de ambos gobiernos por ese encuentro, los cancilleres caminaban hacia un avenimiento cuando Chávez soltó su ex abrupto dominical. La reacción mexicana de demandar una disculpa y emplazar la salida del embajador fue respondida con mayor contundencia por Venezuela, cuyo representante se fue ayer mismo por la tarde. Ya veremos el significado de ese rompimiento virtual.

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