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Plaza pública/Calderón avanza

Miguel Ángel Granados Chapa

Aunque de nuevo triunfó anteayer, como lo hizo el 12 de septiembre, y aunque acrecentó su distancia respecto de sus contendientes, Felipe Calderón no ha asegurado todavía la candidatura presidencial del PAN. Está cerca del cincuenta por ciento más uno, que le permitiría lograrla en la primera vuelta. Pero si no acumula los dos puntos porcentuales que le hacen falta a los 48.13 que ya ha reunido tendrá que ir a la segunda vuelta, donde tendrá amplia posibilidad de ratificar su victoria, pero también puede enfrentarse a una alianza de sus adversarios que, paradójicamente, era posible con él como uno de los protagonistas.

Cuando hace cuatro meses fue emitida la convocatoria al proceso interno panista, la segunda vuelta apareció como un riesgo para Santiago Creel. Figuraba entonces, como desde muchos meses atrás, en primer lugar en la expectativas de voto a los presidenciables panistas, sobre todo en los sondeos practicados en la población general, pero también entre quienes tienen en sus manos la decisión, que son los miembros activos y adherentes de ese partido. Pareció que el diseño de la contienda interna estaba destinado a frenarlo, abriendo la posibilidad de que una votación copiosa en su favor, pero no suficiente para otorgarle la victoria en la primera vuelta, se viera rebasada por los sufragios reunidos de los dos candidatos que de aquel modo fueran superados. Mas ocurrió que a partir de su renuncia a la Secretaría de Gobernación las posibilidades de Creel se redujeron paulatinamente, no sólo porque disminuyó su exposición pública como funcionario, sino porque su profusa presencia pública durante las cinco semanas siguientes a su salida, en que gastó un dineral (que lo es de todas maneras, sea que su monto corresponda a lo admitido por él mismo o al cálculo hecho con base en tarifas públicas) se dirigió al público no panista, como si fuera ya candidato y no tuviera que cruzar las horcas caudinas del proceso interno.

No sólo eso: fue revelado entonces el otorgamiento de permisos para abrir casas de juego a influyentes empresarios. El auspicio a los polémicos negocios del azar hubiera bastado para que un importante sector del panismo revisara su actitud ante Creel. Pero, por añadidura, las autorizaciones fueron expedidas en los días finales de la gestión del secretario saliente. Un gesto de elegancia, ya no digamos de ética, hubiera servido para aplazar los permisos a fin de que la decisión fuera asumida por su sucesor, ya no afectado por intereses electorales inmediatos. Por si eso fuera poco, haber favorecido con algunos de esos permisos a Televisa, y ver enseguida a Creel habitar la pantalla con su propaganda militó en su contra.

No debe perderse de vista que el panismo tradicional mantuvo querellas con el principal consorcio de la televisión. Aunque ahora la pareja presidencial y los secretarios de Gobernación y Comunicaciones y Transportes estén a partir un piñón con Televisa, los militantes que padecieron la unilateralidad de esa empresa y hasta, con Manuel J. Clouthier a la cabeza, la rodearon en una cadena humana de protesta, no pueden olvidar que el segundo Emilio Azcárraga no sólo se proclamaba soldado del presidente sino que actuaba con eficacia a favor de los intereses del sistema autoritario priista.

Adicionalmente, el 12 de septiembre y el dos de octubre la participación de los adherentes, sector en que Creel fincaba su esperanza de victoria, ha sido muy escasa. Lo sabían las autoridades electorales internas del PAN y por eso anunciaron votaciones bajas respecto del padrón total. Puede conjeturarse que los noventa y siete mil votos emitidos hasta ahora a favor de Calderón corresponden a panistas que como él han participado de tiempo atrás en la vida del partido. Por eso ganó en Veracruz, donde hay inscritos noventa mil adherentes, que quizá brillaron por su ausencia.

Muchos quizá no votaron por abulia, en Veracruz y en el resto de las entidades, porque se inscribieron en un momento de fugaz entusiasmo que no se ahondó ni se hizo perdurable. Pero es probable que en el ausentismo de otros muchos haya operado el razonamiento expuesto por Martín Enrique Mendívil, un periodista sonorense que durante algunos meses dirigió el periódico panista La Nación, el de mayor consistencia entre los órganos partidarios. Lo fundó en octubre de 1941 Carlos Septién García y lo dirigió después durante tres lustros Alejandro Avilés. Si bien la presencia pública de ese semanario no es la que alcanzó en sus primeras décadas, definir la dirección de la revista no es un acto irrelevante, y confiarla a un adherente fue una actitud promisoria que sin embargo se frustró.

“Porque he vivido al PAN... de lejos y de cerca, desde fuera y desde dentro; porque creo en sus indudables aportes a la política nacional y no puedo evadir los peligros que lo amenazan: porque duele su caída en la frivolidad y la intolerancia, es que no pienso votar en las elecciones internas...No votar y decir porqué es también un acto democrático, un derecho y una responsabilidad”, escribió Mendívil en Enfoque hace exactamente un mes.

“La abstención...es otra manera de participar en ellos. Una forma de protesta -consciente o no- por la discriminación que el actual partido en el poder en México ejerce sobre ciudadanos comunes y corrientes que con buena fe se acercan a él...El problema nunca resuelto del PAN es su incapacidad para entroncar con el alma nacional, con la esencia y totalidad de la sociedad mexicana”.

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