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Plaza pública| Debate priista

Miguel Ángel Granados Chapa

Televisa organizó, en sus propios estudios, el debate entre candidatos panistas que ganó Felipe Calderón, en anticipo a su victoria en la contienda interna y lo difundió por su canal principal, con la conducción a cargo de su más afamado periodista, Joaquín López Dóriga. Semanas más tarde, su canal capitalino proyectó la presentación de Jesús Ortega, Pablo Gómez y Armando Quintero, que disputaban la precandidatura oponible a la de Marcelo Ebrard. No era un debate entre precandidatos, sino sólo entre los representantes de una fracción del PRD.

En cambio, en una acción que evidencia su oportuno divorcio del partido en que sin credencial militaron los dos primeros Emilio Azcárraga el tercero acordó no ocuparse del debate que sostendrán esta noche Roberto Madrazo y Everardo Moreno.

Ya antes Televisa había desdeñado las cinco sesiones en que los pretendientes afiliados al Tucom, la Unidad democrática, presentaron en sendas ciudades sus opiniones sobre temas diversos. Claro que eran previsibles y rutinarios los pareceres de Arturo Montiel, Enrique Jackson, Enrique Martínez, Tomás Yarrington y Manuel Ángel Núñez. Pero ni por asomo se interesó el consorcio televisivo en mostrar ese aspecto de la contienda interna del PRI. Por lo tanto, el debate de esta noche, aunque será difundido por los sistemas de cable que reciben información de PCTV, y tal vez por otras emisoras de radio y tv, porque el PRI ofrecerá la señal de audio y video a quien quiera disponer de ella, será un acontecimiento mal difundido, que generará escaso efecto entre quienes diez días después emitirán su sufragio en la jornada con que el antaño invencible hoy en declive cerrará su proceso interno y legitimará el largo esfuerzo emprendido por Madrazo por ser candidato presidencial.

El entonces gobernador de Tabasco lo intentó por primera vez hace seis años. Con un gasto que su vencedor Francisco Labastida estimó en quince millones de pesos diarios, obtuvo el segundo lugar en la contienda de entonces.

Sus casi tres millones de votos no se reflejaron en la ridícula asignación de sólo 21 distritos (que fue el modo de contar los votos establecido en esa oportunidad), menos del diez por ciento de los que ese mecanismo atribuyó al sinaloense que, vencedor en aquel tiempo ahora parece en trance de abandonar el partido al que no hizo ganar la Presidencia de la República.

Tras su derrota en 1999, Madrazo volvió a Tabasco, en sentido contrario a lo que deseaban el presidente de la República y su candidato. Pero ya una vez el tabasqueño había resistido con éxito la tentativa presidencial de hacerlo abandonar el Gobierno local, que había ganado con malas artes, tan evidentes que lo fueron hasta para el propio Zedillo. Y al retornar a su tierra (o su agua, como escribió Carlos Pellicer) consolidó su poder local (hizo ganar dos veces a Manuel Andrade, a quien es imposible llamar su delfín aunque lo sea) y desde allí se proyectó hasta ganar la presidencia de su partido, como estación de paso hacia la meta en pos de la cual camina ahora.

Sus adversarios priistas, que forman legión, por error o por contubernio discreto con él, le opusieron un antagonista frágil, con defectos y excesos conocidos y otros que velozmente fueron expuestos al público.

Arturo Montiel no permaneció ni una semana en la contienda formal: registrado el siete de octubre, el 13 se marchó de ella, cariacontecido y fiado en la impunidad de que hasta ahora se beneficia. No por ello Madrazo se convirtió en candidato único, porque se inscribió también, y fue admitido su registro, Everardo Moreno es un típico cuadro de la Administración priista, cuya máxima responsabilidad, treinta años después de iniciada su carrera pública, fue la subprocuraduría general de la República en el último bienio del gobierno priista, bajo Jorge Madrazo.

En octubre de 2003 Moreno se proclamó aspirante a la candidatura presidencial de su partido, cuando ya era claro que Madrazo tenía la misma pretensión y allanado el camino. Por ello entre los madracistas fue visto con desde o como un estorbo, condición que se transformó radicalmente tras la dimisión de Montiel, pues ahora la presencia de Moreno permitirá a Madrazo ufanarse de haber sido elegido por el voto de sus correligionarios, que tuvieron opción de escoger otra candidatura.

Alguien con perspicacia vio en el solitario empeño de Moreno un factor eventualmente útil a Madrazo y favoreció su inscripción como precandidato, a la que desde cierta perspectiva de interpretación legal no tenía derecho. El estatuto priista demanda de los aspirantes a gubernaturas y la Presidencia de la República haber obtenido antes otro cargo de elección popular. Moreno fue candidato a diputado suplente en 1982 y su propietario no se separó nunca de su curul, por lo que pudo ser polémico su registro, aunque nadie lo impugnó legalmente.

Por el azar o por un cálculo de largo alcance, hoy Moreno está en posibilidad de avanzar en su aspiración presidencial. No será tan persuasivo que vuelque en su favor los votos de la mayoría, pero el debate -conducido por el periodista radiofónico Carlos Ramos Padilla- lo favorecerá, no sólo porque contará con un espacio de exposición pública del que no ha dispuesto hasta ahora, sino porque es más ducho en el uso de la palabra que Madrazo.

Sus treinta y siete años de profesor universitario le permitirán paliar las deformaciones de la retórica y la oratoria convencionales en el PRI, de las que en cambio Madrazo es arquetipo.

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