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Plaza pública/Domingo 13, ¿o domingo 7?

Miguel Ángel Granados Chapa

Para su elección de candidato presidencial, pasado mañana, el PRI ordenó la impresión de diez millones de boletas, que a razón de quinientas por mesa se distribuirán en las veinte mil casillas que el tricolor instalará para que sus miembros y simpatizantes elijan entre Roberto Madrazo y Everardo Moreno. Dependerá del procedimiento que acuerden emplear, pero es probable que los basureros se atasquen o el ambiente se contamine si las queman. Lo cierto es que sobrarán muchas boletas, millones de ellas. Dentro y fuera de ese partido se prevé un gran ausentismo. Si acude el treinta por ciento de la cifra esperada a cuanto fueron impresos los votos, el PRI podrá darse por bien servido.

Diversos factores explican el presumible desaliento priista. Por una parte, la certidumbre sobre el resultado aleja a los votantes, a los partidarios del seguro ganador porque suponen que su presencia no hace falta, y a los partidarios del adversario y el ex adversario porque experimenten impotencia. Aun con Arturo Montiel en la liza, era esperable la victoria de Madrazo, “cuantimás” ahora que su único adversario recogerá apenas unos cuantos votos.

El ocho de agosto se leyó en este mismo lugar que entre el mexiquense y el tabasqueño no había “tal igualdad de fuerzas que imposibilite un pronóstico sobre su próximo combate. Lo emito desde ahora a favor del todavía líder nación al del PRI”. Retirado Montiel por causas ajenas a su voluntad, para que no haya una disparidad abrumadora, como ocurriría si se dejara en libertad a los operadores, a no pocos de ellos, de obediencia madracista, se les ha dado la extraña encomienda de abultar el número de los sufragios a favor de Moreno. La maniobra es perfectamente posible porque la elección del próximo domingo se desarrollará en confianza, sin la presencia de vigilantes y ni siquiera observadores. El PRI podrá establecer cómodamente, sin necesidad de apegarse excesivamente a los hechos, cuántos votantes se presentaron a sufragar y cuántos los hicieron por cada aspirante.

Semejante certidumbre había seis años respecto de la victoria de Francisco Labastida. Como ahora a favor de Madrazo, entonces el aparato partidario funcionaba para asegurar el triunfo del candidato oficial. Fue la primera vez que el dedazo presidencial tuvo que adornarse con una consulta abierta a las bases, pero sin correr el riesgo de un resultado imprevisto. Por las dudas, se dispuso que el cómputo se hiciera distrito por distrito, y que quien alcanzara el mayor número de triunfos distritales ganaría la elección, sin que fuera relevante el total de los sufragios. Por eso no hubo proporción entre el número de votantes favorables a Madrazo, dos millones 700 mil, y el de distritos que ganó, apenas veintidós, mientras que con el doble de ese número de sufragios Labastida quedó en primer lugar en 272 distritos. (Manuel Bartlett ganó seis y Humberto Roque ninguno).

La afluencia de votantes dependerá también del número de priistas que decidan dejar de serlo en esta coyuntura, y comiencen a abandonar su casa partidaria no yendo a votar. Algunos ya resolvieron no quedar en el aprieto de inutilizar su voto, impedidos de votar por Madrazo, y se marcharon. Aunque no haya muchos con ese talante, quizá se repita el caso de Roberto Campa, quien el lunes pasado dejó de ser “integrante del Partido Revolucionario Institucional”.

Se echará de menos también la presencia de los comisionados del SNTE, mano de obra bien calificada en la organización electoral. Cuando se conjetura sobre el curso que seguirá el grupo en torno a Elba Ester Gordillo, el que la sigue en la práctica de su antimadracismo radical, no se piensa tanto en el número de votos de maestros que puede perder el PRI o el que puede ganar otro partido, Lo que importa -y eso se sabrá este domingo, y el dos de julio próximo- es si el PRI contará o no para sus tareas electorales con los políticos de tiempo completo, pagados por el erario, dependientes directamente de la cúpula magisterial.

Los priistas y sus simpatizantes votarán el domingo en todo el país, salvo en algunos municipios que resintieron fuertemente el embate de los huracanes recientes, y en todo Hidalgo, pues habrá elecciones para renovar los 84 ayuntamientos. Originalmente iba a anticiparse allí la votación priista. La convocatoria la fechó para el seis de noviembre, pero la mala imagen que los dirigentes priistas tienen de su militancia aplazó hasta el martes la jornada electoral en ese estado. Es que, explicaron, los votantes se confundirán, creyendo que al votar el seis ya no es necesario hacerlo el trece, y entonces la primacía tricolor podría sufrir quebranto.

Poderoso como en las décadas de su dominio avasallador, el PRI seguirá teniendo, en conjunto, más votos que sus contrincantes, y preservará el dominio de la mayor parte de los municipios. Es que todavía imperan las prácticas de los viejos cacicazgos: compra e inducción del voto, intimidaciones, clientelismo (aun con bienes destinados a remediar males de los desastres naturales). Con todo, los partidos opositores continuarán su avance. Cada tres años crece el número de ayuntamientos sustraídos al control priista. Ciudades grandes como Ixmilquilpan, que a diferencia de Tula, Tulancingo y la propia capital, Pachuca, no han sido gobernadas por partidos diferentes del PRI, podrían conocer ahora nuevo destino.

Veamos que en Hidalgo y en su interna no se confunda el PRI, equivoque las fechas y nos salga con un domingo siete.

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