Dos meses después de que el presidente Fox lo destituyera se la secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard volvió al gabinete de Andrés Manuel López Obrador, como secretario de Desarrollo Social. La designación se rigió por un mecanismo de relojería: 24 horas después de su retorno, Reforma publicó una encuesta de preferencias electorales en torno al Gobierno del Distrito Federal, en que Ebrard figura en la posición más eminente. Y el jueves se anticipó que, al contrario de lo que se temía y que el propio Ebrard había denunciado, no será acusado por los linchamientos del 23 de noviembre.
Se ha resuelto así, al menos en su aspecto más visible, una crisis que amén de señalar el punto más bajo en la relación de los gobiernos federal y capitalino, había introducido un factor de incertidumbre en los planes de López Obrador respecto de su propia sucesión. Desde la secretaría de Seguridad Pública, Ebrard figuraba a la cabeza de las intenciones de voto en los sondeos que, si bien en mucho menor medida que los referidos a la sucesión presidencial, configuraban ya el panorama de la contienda por la jefatura de Gobierno capitalina. Era notable que amplias porciones de una ciudad donde la Policía no disfruta de buena fama expresara preferencia por el jefe de esa Policía, para que gobernara. Tan claro era el trayecto de Ebrard hacia la candidatura que se atribuyó la severidad con que lo trató el presidente Fox al propósito de frenar su paso, en la ruta en que también figura la primera dama. Es que, después de renunciar a la posibilidad de ser candidata a la Presidencia, una de las alternativas a que se dirige la señora Marta Sahagún en su afán de permanecer en la vida pública más allá de 2006, es el Gobierno de la Ciudad de México.
Los escándalos de corrupción política y los linchamientos de noviembre no hicieron disminuir el asentimiento público a López Obrador, ni abatieron las posibilidades que su partido tiene de mantener el Gobierno de la Ciudad de México el año próximo. Reforma realizó en los primeros días de este mes una encuesta en que el 44 por ciento de los entrevistados (una muestra que según técnicas estadísticas representa al universo de votantes) anunció que sufragaría por el PRD si hoy fueran las elecciones para jefe de Gobierno. Es tan abrumadora la preferencia por la opción perredista, que cuadruplica a la expresada en favor del PAN, de once por ciento, mientras que el PRI aparece en un desfalleciente tercer lugar con ocho por ciento.
La encuesta planteó otra pregunta a universos separados, con nombres de posibles candidatos y candidatas. De un lado quedó la población general y de otro la de miembros de cada uno de los tres partidos. En ambos ejercicios Ebrard figuró a la cabeza: lo prefiere el 22 por ciento de la gente ajena a los partidos y el 27 por ciento de los perredistas. Quedó así en posición que supera a la de la señora Sahagún y de Beatriz Paredes, que sería la candidata priista.
No es extraña esa situación de Ebrard. Debe recordarse que desde hace quince años ha estado presente en la vida pública de la Ciudad de México. Fue director de Gobierno y ascendió a secretario de Gobierno cuando fue regente Manuel Camacho -a cuyo lado había trabajado antes y lo hizo después. En 2000, también en el proyecto político de Camacho, fue candidato a la jefatura de Gobierno por el Partido Centro Democrático. Dejó de ser contendiente de López Obrador para apoyarlo y su declinación acaso fue determinante de la victoria de su jefe actual.
Libre del riesgo de ser consignado ante la justicia, pues el ministerio público halló que cumplió sus responsabilidades conforme a los informes recibidos de sus subalternos y fue además el único funcionario de su rango, local o federal presente en el teatro de los acontecimientos, si bien cuando éstos habían concluido, Ebrard reemplaza a Raquel Sosa en la dependencia que aplica buena parte de la política social del Gobierno capitalino.
Aunque no sea posible excluir del todo un intento por enjuiciarlo, lo cierto es que Ebrard tiene delante de sí días mucho mejores que los pasados al frente de la Policía. Su tarea proporcionará a mucha gente beneficios más tangibles que la seguridad, ahora atendida por el antiguo delegado en Gustavo A. Madero, Joel Ortega, antaño también colaborador de Camacho. Raquel Sosa, una militante de izquierda en su docencia universitaria, reemplazó en la Secretaría de Cultura al doctor Enrique Semo, quien se marchó a dirigir estudios de historia económica -su especialidad- en la Universidad Nacional.
El ajuste en el gabinete capitalino, cuyo protagonista es Ebrard, por motivos actuales y futuros, incluyó también un relevo en la secretaría de Gobierno, bajo Alejandro Encinas. Martí Batres dejó de ser subsecretario y en su lugar fue designado Jesús Zambrano. Batres se registró ya como candidato a presidir el comité perredista en la Ciudad de México, que se elige como el nacional el 20 de marzo. Aunque su propio crecimiento (como coordinador de diputados locales y federales) disminuyó la intensidad de su pertenencia a la corriente encabezada por René Bejarano, no se ha apartado de ella, y basará en ese nexo la certidumbre de su elección. Al reemplazarlo por Zambrano, López Obrador reforzó su liga con Nueva Izquierda, la corriente dirigida por el senador Jesús Ortega. Los chuchos, como se llama a esta tendencia por el hipocorístico de sus líderes se aproxima así, sin duda, a López Obrador.