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Plaza pública/Elección mexiquense

Miguel Ángel Granados Chapa

Hace cinco meses, cuando se procesaba internamente la candidatura del PRI al Gobierno mexiquense, muy pocas personas conocían a Enrique Peña Nieto y lo consideraban capaz de ser candidato y después ganar la gubernatura. En las vísperas electorales, aparece como el aspirante más favorecido en las encuestas de preferencias electorales. La fórmula que logró tan prodigiosa metamorfosis contiene dos ingredientes: dinero y televisión (o propaganda en general). Muchísimo dinero y una vasta campaña publicitaria desplegada no sólo en el Estado de México pueden hacer que Arturo Montiel se reelija el próximo domingo en la figura de Peña Nieto (y de paso avance considerablemente en su propósito de ser candidato presidencial).

Los partidos opositores denunciaron muy tempranamente el derroche del candidato del PRI. A media campaña (iniciada formalmente a mediados de abril), el PAN y el PRD calculaban que el gasto priista se aproximaba a los 300 millones de pesos, muy por encima del tope de campaña fijado por la autoridad electoral en 216 millones de pesos. Otras mediciones ofrecieron resultados de menor cuantía, pero también indicadoras de despilfarro: sólo en radio y televisión, en dos meses, Peña Nieto habría gastado 124 millones de pesos, lo que le dejará libres sólo noventa millones de pesos para el resto de la campaña. (El Universal, 20 de julio). Si se considera el gran aparato para su sola movilización (uso frecuente de helicópteros, por ejemplo), es claro que el PRI se ha excedido en el gasto. Lo hizo de modo deliberado, en la creencia de que no hay vinculación entre las sanciones a que puede hacerse acreedor un partido gastalón y los resultados electorales. Pero esta historia de abuso podría tener un desenlace negativo si, imposibilitada la oposición para revertir la fuerza de la propaganda, Peña Nieto sufre en la fase judicial la anulación de una victoria que a esta altura parece inevitable. Si el PAN y el PRD documentan y aportan indicios sobre el monumental dispendio priista, la causa de la victoria se convertiría en la causa del castigo.

El gasto excesivo fue denunciado ante el órgano electoral. Pero la crisis que vivió el Instituto respectivo no le permitió resolver la queja, lo que quizá explica la rapidez con que la mayoría priista en la legislatura local se avino a reemplazar a todo el consejo de elecciones como consecuencia de la presunta corrupción de algunos. El escándalo institucional nubló la denuncia partidista y evitó la indagación respectiva. Por añadidura, los administradores del IEEM, muy probablemente inmiscuidos en la corrupción que causó la defenestración de los consejeros, siguen en sus lugares y tendrán la responsabilidad sustantiva de la jornada electoral y los actos posteriores a la recepción del voto. Aunque la honorabilidad de algunos de sus integrantes genera confianza, el nuevo consejo en su conjunto no ofrece seguridades a la oposición y sí, paradójicamente, al Gobierno y su candidato.

Peña Nieto es un recién llegado a la política y no sólo por su juventud. Apenas hace seis años ingresó a la administración pública, apadrinado por Montiel, que lo hizo sub secretario de Desarrollo Político en la secretaría de Gobierno y después secretario de Administración. A medio sexenio, para cumplir después la norma estatutaria priista, ganó una elección, a diputado local y fue puesto a la cabeza de los legisladores de su partido. Eso es todo. Si bien tiene sus propios merecimientos, su trayecto es, al día de hoy, producto del impulso de Montiel y del cuantioso financiamiento que debería haber sido examinado al detalle por el órgano electoral, que debido a su propia crisis se abstuvo de hacerlo.

Rubén Mendoza Ayala no ha sido parco en el gasto. En la medición citada, a cargo de la empresa Verificación y Monitoreo se indica que en ocho semanas habría gastado poco más de cien millones de pesos sólo en mensajes de radio y televisión, a lo que habría que añadir el costo de la publicidad directa, la profusa difusión de su imagen en miles de gallardetes y carteleras. Todavía el viernes pasado viajó a Monterrey “a conseguir lana”, según su propia explicación, necesaria para sostener el tren de gasto manifiesto en los meses anteriores. La vastedad de su aparato publicitario no le ha permitido, sin embargo, avanzar en las preferencias electorales y ni siquiera mantenerse en los niveles iniciales. Aunque no debe descontarse que las encuestas incluyeron una muy ancha franja de indecisos, lo que resta valor a sus conclusiones, lo cierto es que ha venido a menos. Entre las causas de esa declinación debe incluirse, amén de su propia frivolidad, el vacío que le hizo el sector que hubiera preferido a José Luis Durán Reveles como candidato, y que se expresa en la total y descortés ausencia de éste de la campaña.

Aunque en una contienda política a diferencia de los juegos olímpicos lo importante no es sólo competir sino ganar, puede calcularse que Yeidckol Polevnsky, candidata del PRD y el PT, habrá contribuido a consolidar al perredismo en un amplio sector de clase media en el Estado de México y no sólo en la porción oriental en varios de cuyos municipios gobierna desde hace varios años. Debutante en la política electoral, la ex presidenta de Canacintra hubiera desempeñado mejor su candidatura si los cuadros partidarios que la aceptaron como aspirante, persuadidos de la conveniencia de abrirse a la sociedad, no le hubieran mezquinamente regateado su colaboración.

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