Tal como ocurrió el cinco de marzo en Acción Nacional, ayer fue elegido un nuevo presidente en el Partido de la Revolución Democrática. La lección que dejó el proceso panista debía impedir que se emitieran ahora alegres pronósticos sobre el desenlace de la jornada de ayer, con mayor razón cuando como es obvio estas líneas se escriben antes de que se desarrolle esa jornada. Con todo, es de conjeturarse que Leonel Cota obtendrá más votos que Camilo Valenzuela, su único contendiente y se convertirá en el sucesor de su tocayo Leonel Godoy, llamado a ocupar provisionalmente el cargo que dejara Rosario Robles en situación de emergencia, que meses después devino en la crisis más aguda vivida por el PRD en sus casi 16 años de existencia.
Paradójicamente y a pesar de que en una amplia variedad de aspectos las condiciones de ese partido oscilan entre extremadamente críticas y el franco deterioro, el proceso electoral que culminó ayer fue el más sereno y el menos controvertido de los últimos seis años. Hay que aclarar, sin embargo, que esa apreciación es válida sólo respecto de la sucesión de Godoy. Simultáneamente a la elección de presidente nacional se realizaron procesos de renovación de los comités estatales y es seguro que en ellos se hayan manifestado las querellas que, mal resueltas, han caracterizado las relaciones entre corrientes en ese partido. No nos sorprenderá saber que en algún lugar se produjeron enfrentamientos y hasta que la elección o al menos el cómputo debieron ser suspendidos.
La elección de los tres primeros líderes nacionales del PRD se realizó sin problema porque el puesto correspondía digamos que naturalmente a las figuras históricas del movimiento que dio lugar a ese partido: Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador eran dirigentes obligados. Los problemas comenzaron cuando la segunda generación, o la segunda línea de mando quedó en situación de disputar la dirección del partido. Las dificultades inherentes a ese género de relevo se acrecentaron por el temprano retiro de López Obrador, que en 1999 acortó su periodo para no verse prensado entre las expresiones del partido, que diez años después de creado conservaban las identidades con que concurrieron a la fundación. Sin fundamento, la elección de Amalia García fue anulada mediante añagazas que fueron muy fructíferas semillas de discordia. A pesar de ellas, la ahora gobernadora de Zacatecas alcanzó por segunda vez el triunfo y pudo conducir al partido a un relevo tocado de nuevo por las desavenencias, los pleitos y las trampas. La abrumadora votación en favor de Rosario Robles (aun teniendo en cuenta la regla que evita la concentración del poder en una sola corriente), hubiera permitido junto a la elección de ella como presidenta la de Higinio Martínez -antes y ahora alcalde de Texcoco- como secretario general. Pero las voracidades triunfaron e impusieron en ese cargo a Carlos Navarrete, con lo que se consolidó el predominio de Nueva Izquierda en esa posición clave para la organización de un partido, como acaba de hacerlo evidente la transformación de Manuel Espino en presidente del PAN desde la secretaría general.
Rosario Robles quedó maniatada en su cargo. Esa precaria posición y sus propios errores (la magnitud de algunos de los cuales sólo se conocería a plenitud después) le impidieron concluir su mandato y Leonel Godoy fue llamado a sofocar el incendio que dejaba atrás la ex jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Era el tercer líder interino en el PRD, después de Roberto Robles Garnica y Pablo Gómez. Muy próximo a la familia Cárdenas, Godoy (que en el Gobierno capitalino había sido subsecretario y secretario de Gobierno y de Seguridad Pública) dejó la secretaría principal en la administración michoacana de Lázaro Cárdenas Batel para enfrentar una situación que hubiera sido considerablemente peor con un líder diferente. A pesar de los muchos condicionamientos que padeció y de la descomposición partidaria que se hizo evidente el año pasado. Y a pesar de sus titubeos y sus errores, dejará a cargo de Cota un partido que pudo habérsele deshecho entre las manos.
Priista hasta finales de 1998, Cota fue postulado por el PRD al Gobierno de Baja California Sur y tras ganar la elección de hace seis años se afilió a ese partido. Si los votos del siete de febrero pasado se interpretan como un reconocimiento de los electores a su desempeño, resulta muy bien calificado, pues el PRD ganó la gubernatura, la mayoría legislativa y los ayuntamientos principales.
Acaso por ello Andrés Manuel López Obrador lo convocó a su equipo coordinador de redes ciudadanas, aunque a poco andar prefirió apoyarlo para presidir el partido. La personalidad y trayectoria del jefe de Gobierno y la crítica coyuntura política en que se halla, lo han convertido en una figura dominante en ese partido. Por eso, la mayor parte de las corrientes se inclinaron frente a sus intereses y apoyaron al todavía gobernador (con licencia), en grado tal que eso es lo que permite asegurar que presidirá el PRD.
Tiene como adversario a Camilo Valenzuela, que desde joven ha militado en la izquierda política y social y cuya candidatura más que testimonial tiene el propósito de reafirmar la vocación social de un partido que a su juicio se afana demasiado en elecciones.
Aunque el pronóstico en la elección de dirigente capitalino es más arriesgado, puede aventurarse que el efecto AMLO y su propio valimiento harán triunfar a Martí Batres.