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Plaza pública/Gaza

Miguel Ángel Granados Chapa

Jerusalén. Una multitud, que los organizadores esperan llegue a veinte mil personas, se propone protestar hoy martes en Sderot contra el desalojo de los asentamientos judíos en la Franja de Gaza. Y quizá hagan más que expresar su opinión y acaso intenten entrar en el territorio que el Gobierno de Israel se obligó a entregar, a comienzos de octubre, a la Autoridad Nacional Palestina.

Israel vive momentos de tensión que se manifiestan de modo colorido y hasta en apariencia festivo. Los partidarios de que Israel abandone en un proceso de largo plazo los territorios que ocupa desde que derrotó a los ejércitos árabes coaligados en su contra en junio de 1967, lo dicen portando listones color azul.

Quienes al contrario piensan que esas tierras pertenecen a su país y no deben ser cedidas portan o exhiben listones color naranja. Estos últimos no se limitan a manifestarse de ese modo. Hace dos semanas organizaron una gran manifestación en Kfar Maimón, que fue contenida por las fuerzas israelíes de defensa, que concentraron para ese efecto unos quince mil efectivos. Se espera que la cifra aumente hoy hasta 18 mil cuando la expresión contra el desalojo reúna a miles de israelíes airados, no sólo por el traslado obligatorio de los colonos que durante casi medio siglo se asentaron en Gaza, sino porque su desplazamiento es contrario a las promesas de campaña del primer ministro Ariel Sharon, que ganó su cargo justamente oponiéndose a esa forma de caminar hacia la paz en Medio Oriente.

El mayor general Uri Bar Lev, comandante del distrito policiaco sur se reunió el domingo, por separado, con los líderes de la protesta Effi Eitam y Pinchas Wallerstein, en busca de comprometerlos a realizar una manifestación pacífica y a que evitaran marchar sobre Gaza, pero no lo consiguió. Se teme por eso que los encaramientos de hace quince días, en que las fuerzas armadas permanecieron inmutables e inermes ante la aproximación física de los manifestantes vayan ahora más allá y den lugar a fricciones violentas cuando se pretenda romper la barrera que impide entrar en Gaza y llegar hasta Gush Katif, un asentamiento que se ha vuelto simbólico de la voluntad de los colonos radicales de permanecer en la comarca.

Los manifestantes alegan que en un país democrático la libertad de tránsito no debe ser coartada. En la manifestación precedente, varios autobuses alquilados por partidarios de la protesta fueron detenidos en las carreteras, por lo que ahora se prevé una operación hormiga, en que gran número de vehículos particulares conduzcan a quienes eventualmente intenten revertir el desalojo, que en amplia medida se ha ido ya realizando de manera concertada y pacífica.

El abandono de la zona ocupada implica una amplia operación de reacomodo, que supone la instalación de los desplazados en nuevas unidades de producción, la creación de empleo, la recepción de los niños en nuevas escuelas, etc.. Los colonos renuentes a marcharse, y sus partidarios fuera de Gaza han producido videoclips en que se muestra la actividad productiva de Gush Katif (“un imperio agrícola destinado al colapso”, lo llama el diario Haaretz) donde las granjas agrícolas y ganaderas prosperan en terrenos que antes fueron yermos. Ninguno de los propietarios de esas fincas recibirán una réplica exacta de sus asentamientos, por lo que deberán empezar de nuevo, sino desde cero porque recibirán ayuda gubernamental, sí en condiciones que superaron hace largo tiempo. Los más de ellos, por lo demás, trabajaron sus tierras con plena conciencia de que su permanencia allí podía terminar en cualquier momento, porque la desocupación de esos territorios ha sido una condición para la paz entre palestinos e israelíes.

Por añadidura, la división sobre el tema que se aprecia en la sociedad israelí podría reflejarse también en el Ejército, que no es una fuerza profesional sino el resultado de un servicio nacional obligatorio. La prédica de los dirigentes religiosos extremistas ha ido permeando entre los jóvenes soldados entre los cuales se dan ya casos de desobediencia por convicción. A ella apelan los defensores de los asentamientos mediante insistentes llamados con la fórmula “un judío no le quita su tierra a otro judío”.

No se excluye, por otra parte, que las tensiones entre israelíes generen en los fundamentalistas palestinos la tentación de realizar ataques que estorben el desalojo, para mostrar de ese modo que la posición de Israel es falsa pues no cumple sus compromisos. En las últimas semanas se han producido centenares de episodios menores en que ha habido disparos aunque no víctimas, en provocaciones aisladas respondidas puntualmente por las fuerzas israelíes, que tienen a su cargo la seguridad en la Franja hasta que trasladen esa función a la Autoridad Nacional Palestina, cuyo presidente Mahmud Abbas se ha concentrado desde su frágil posición en evitar el activismo de los extremistas.

Como trasfondo de esa delicada situación, hoy también se reunirán los cancilleres de la Liga Árabe, para preparar una cumbre de esa organización que debe efectuarse mañana miércoles en Sharm el Sheik, el balneario en la zona limítrofe entre Israel y Egipto que el 23 de julio fue objeto de un ataque terrorista. La cumbre, que se reunió por última vez en marzo, en Argel, fue convocada por el presidente egipcio Hosni Mubarak, cuyo régimen que casi ha durado un cuarto de siglo vive uno de sus peores momentos, semejantes a los que condujeron al asesinato de su predecesor Anuar Sadat.

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