Hoy recibirá Gilberto Borja la medalla Belisario Domínguez, con que el Senado de la República honra a mexicanos que han realizado actividades civiles de alto mérito. Más de una vez se ha abaratado la dimensión de ese reconocimiento, atribuyéndolo por motivos circunstanciales, de mera ocasión. Por eso un posible premiado, Julio Scherer, rehusó ser postulado no obstante el consenso en torno suyo y a pesar de que, precisamente, aceptarla daría lustre a la condecoración. Eso es lo que va a ocurrir ahora cuando, como muy pocas veces antes, se distingue con esta presea a una persona con tan clara trayectoria de servicio, y que ha merecido otras preseas, como el Premio Nacional de Ingeniería. La oportuna distinción mitigará, supongo, su pena por la reciente muerte de su esposa, doña Gloria Suárez.
Apenas egresado de la Escuela Nacional de Ingenieros, Borja inició en 1950 una carrera que duraría 44 años en Ingenieros Civiles Asociados, ICA, una rara empresa en que más que el capital ha contado el trabajo de los profesionales que la integran. Como parte de ese consorcio, en que tuvo responsabilidades crecientes, Borja participó en multitud de obras públicas: carreteras, puentes, puertos y aeropuertos, vías férreas, el Metro de la Ciudad de México, presas y sistemas de riego y enormes plantas hidroeléctricas, el drenaje profundo de la capital federal, y la urbanización de la Ciudad Universitaria.
Tras su ingreso en ICA como ingeniero auxiliar, en 1961 se le designó subgerente de la empresa y luego se adentró en la operación de sus filiales, primero como gerente de Equipos Nacionales y luego como subdirector de las empresas dedicadas a la industria metalmecánica y de autopartes, establecidas en Querétaro. En 1974 fue designado vicepresidente de construcción, tres años después vicepresidente ejecutivo, y en 1984 presidente del Grupo ICA.
Por haberse formado en la UNAM y porque su padre fue profesor universitario, Borja ha desplegado un eficaz fervor por esa institución, que se manifiesta de muy diversas maneras. Presidió la asociación de ex alumnos de la Facultad de Ingeniería, la más activa agrupación de egresados universitarios. Encabezó también el patronato del club de futbol dueño de los Pumas. Fue miembro y presidente del Patronato Universitario y primer presidente honorario de la Fundación UNAM. Cuando encabezó la representación estudiantil en su facultad, las utilidades de los bailes tradicionales de la misma fueron dedicadas al equipamiento del departamento de topografía. Como presidente de ICA promovió y construyó los edificios del Instituto de Investigaciones Jurídicas y la biblioteca del de Física. Como reconocimiento a esas contribuciones, el Centro de Docencia de la Facultad de Ingeniería lleva su nombre, como también lo ostenta el laboratorio de idiomas de la unidad de la UNAM en San Antonio, Texas. Igualmente se ha bautizado con su nombre la beca de postgrado que otorga el Fondo para la educación y el desarrollo. Hace apenas un mes se le pidió encabezar el consejo consultivo sobre sismos, impulsado por la Universidad.
Sin tener relación profesional ni amistosa con él, pero sin duda conociendo su talante, el señor Gonzalo Río Arronte lo designó albacea de su herencia y le confió después la presidencia de la Fundación que lleva su nombre, que es una de las más pródigas donantes a instituciones de salud. Buena parte del equipamiento del Instituto Nacional de Cardiología, y más recientemente la unidad de alta tecnología del flamante Instituto Nacional de Medicina Genómica han sido posibles por los recursos de esa fundación. Quien la estableció hizo fortuna en la industria dulcera (la fábrica Luxus) y donó a la República la mayor parte de sus bienes, en una decisión que fue objetada en los tribunales por su familia pero que ha mostrado ser altamente rendidora bajo la conducción de Borja, que realiza un trabajo honorario en la institución que ha distribuido más de cien millones de dólares.
Durante la campaña electoral de 1994 Borja encabezó las células empresariales a favor de Ernesto Zedillo quien lo nombró director de Nacional Financiera, justo al cabo de su decenio en la presidencia de ICA. Allí encontró que la gestión de su antecesor Oscar Espinosa Villarreal había dejado a ese banco de desarrollo en virtual quiebra técnica, Cuatro meses después de su designación, informó al consejo de administración que “al haberse terminado la revisión de los 510 intermediarios financieros no bancarios con que operaba la institución, se confirmó que Nacional Financiera enfrenta una difícil situación derivada de la agresiva derrama crediticia del sexenio pasado”. Esos intermediarios eran uniones de crédito que sirvieron para drenar dinero público a cuentas y bolsillos de poderosos miembros del régimen a través de préstamos irrecuperables. Con el lenguaje prudente a que lo obligaba su posición, Borja diagnosticó que “la magnitud de la pérdida potencial estimada y su respectivo costo financiero ponen en riesgo el cumplimiento de los propósitos del organismo como banco de fomento, ya que debe atender no sólo a las pérdidas que disminuyen su nivel de capitalización, sino también a la reducción de flujos por la inmovilización de sus activos”.
Borja renunció poco después a la dirección de Nafin. Y a diferencia de homólogos suyos, aun quienes habían ocupado ese cargo por periodos menores que el suyo, renunció a la jugosa jubilación que ese organismo dispensa a sus ex directores.