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Plaza pública/Ginebra y Washington

Miguel Ángel Granados Chapa

La votación ganada por Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, sobre la observancia de tales derechos en Cuba, y el apoyo mexicano a su resolución quizá dirimieron, sin que se quisiera así por supuesto, el dilema abierto el lunes en Washington cuando la Organización de Estados Americanos apareció partida en dos partes exactamente iguales. Es imposible que el secretario Luis Ernesto Derbez continúe siendo candidato a la secretaría general, después de hacerse evidente el canje de favores practicado entre los gobiernos de México y Estados Unidos.

El azar militó contra los intereses del canciller mexicano y de su jefe, el presidente Fox, identificados con los del Departamento de Estado. El calendario había permitido separar la elección en la OEA, fijada para el siete de abril, de la sesión ginebrina donde se debatiera como rutinariamente cada año, alguna propuesta que siente a Cuba en el banquillo de los acusados por sus políticas y actitudes en el tema de derechos humanos. Esta ocurriría una semana después, de modo que el voto mexicano aparecería desvinculado del proceso electoral en el organismo interamericano.

Pero el sábado dos de abril murió el Papa Juan Pablo II y se dispuso que su funeral ocurriera el viernes siguiente, día ocho. Varios cancilleres, entre ellos el mexicano, programaron su participación en las exequias, a solas o en el séquito de su Presidente, se decidió aplazar la sesión electoral, para el lunes once. Todavía era conveniente la fecha, todavía quedaban algunos días entre las dos decisiones, suficientes para evitar la percepción de que la primera había condicionado a la segunda. Pero el inesperado empate del once de abril y la fijación del dos de mayo como nueve fecha de elección en la OEA, hicieron que se invirtieran los términos: ahora el resultado de Ginebra aparece como determinante del de Washington, que no tuvo lugar antes sino ocurrirá después. Estados Unidos, que tras el empate tuvo que anunciar su apoyo a Derbez —aun cuando el voto es secreto— redoblará ahora su empeño en tal sentido, como acto recíproco a la decisión diplomática mexicana que una vez más se asocia a la norteamericana en ese tema.

El empate del lunes, la división por mitades de la OEA implicaba de suyo, el lunes mismo, que los candidatos no elegidos se retiraran de la contienda. De lo contrario, se enfrascarán durante las próximas dos semanas en un chalaneo impropio de una organización muy deteriorada, con graves dificultades políticas y aun financieras, que requiere por eso, para enfrentar sus debilidades, de un liderazgo fuerte, capaz de revitalizarla. Derbez, empujado por Estados Unidos, en obvio acuerdo con ese país en torno de la cuestión cubana, no puede desempeñar ese liderazgo. En vez de abstenerse, como lo hicieron Argentina, Brasil, Ecuador, Perú y República Dominicana, prefirió figurar al lado de Guatemala, Honduras y Costa Rica.

Tras la declinación del ex presidente salvadoreño Francisco Flores quedó claro que desde siempre Derbez fue una carta de Washington. Eso explica la repentina presentación de una candidatura que no estaba en su horizonte ni en el de la diplomacia mexicana. Cabe insistir en que apenas una semana atrás había cantado sus propias cualidades como el mejor precandidato panista, ansioso ya de entrar en la liza por la postulación presidencial de su partido. Pero de pronto, con ánimo que se reveló tornadizo, prefirió participar en la contienda de la OEA. No hubiera trocado aquella pretensión por una aventura de conclusión incierta. Conjeturamos que no sólo recibió la garantía del apoyo norteamericano, sino que ese compromiso resultó de la petición de Washington de que Derbez presentara su candidatura. Cuando la nueva política exterior mexicana, la concebida por Jorge G. Castañeda se propuso ganar una silla en el consejo de seguridad de la ONU, se desplegó una estrategia que requirió largo tiempo y negociaciones imposibles de ocultar, aun si hubiera habido el propósito de no revelarlas. En cambio, cuando el ex presidente costarricense Miguel Ángel Rodríguez tuvo que renunciar a su cargo en la OEA México se dispuso a apoyar una candidatura, la de Insulza, no impulsar una propia.

Por eso Flores aguardó hasta la víspera para renunciar a una candidatura que no había prosperado y entonces Derbez emergió no como un sucedáneo sino como la encarnación de la verdadera propuesta norteamericana. Pero esta vez Estados Unidos no logró éxito en su papel de gran elector. Al parecer conservó una suerte de derecho de veto, que no había tenido nunca necesidad de ejercer y lo hizo a través de la disuasión a dos países que habían asegurado al Gobierno chileno su apoyo al ministro del Interior José Miguel Insulza y a la hora verdadera recularon.

No es posible y tal vez no sea necesario, indagar cuáles países mudaron de opinión y la causa de su cambio de parecer. Es fácil imaginar a más de un país caribeño, presas de turbulencias interiores, con economías de suyo frágiles y reblandecidas por avatares sociales y naturales, siendo solicitados por potencias capaces de ofrecer ventajas en la relación bilateral. Podría ser ofensivo pensar que pusieron su voto a disposición del mejor postor, y por eso, en ausencia de información que identifique a quienes lo hicieron, sólo describimos la coyuntura.

En conclusión, Estados Unidos no está dispuesto a admitir que se rompa la tradición que lo revela como el poder dominante en el organismo hemisférico.

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