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Plaza pública/Mala hora panista

Miguel Ángel Granados Chapa

Hace tiempo que Acción Nacional vive una mala hora. Pero sus fragilidades se hicieron evidentes como nunca este fin de semana. El sábado dos, el presunto Día de la democracia, en realidad acto de propaganda que buscaba revivir el efecto Fox de 2000, fue un triste anticipo de lo que ocurriría al día siguiente en las elecciones de México y Nayarit.

El presidente Fox carece ya de poder de convocatoria. Él mismo lanzó la idea de reunirse en torno a la columna de la Independencia, y aunque después pasó de ser invitante a fingirse invitado, no dejó de convidar al festejo: lo hizo 48 horas antes, rompiendo la solemnidad de un acto de premiación del Colegio de ingenieros a Gilberto Borja, quien la había mantenido en su discurso aun en el instante de formular reproches, ofertas y peticiones. La rígida presencia del Estado mayor presidencial en el mitin, aunque pretendiera también simularla, fue una más de las señales del verdadero origen del llamamiento. Y lo fue la torpe injerencia de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, que sin presencia formal en actos de esa naturaleza hizo propaganda mentirosa (tanto que fue risible) al calcular en 120 mil el número de los asistentes, varias decenas más de las que admitieron quienes pasaron como organizadores de la fallida manifestación.

Salvo al parecer Felipe Calderón, los aspirantes a la candidatura presidencial faltaron a la mínima ética partidaria y utilizaron en su provecho el mitin para hacer campaña, conducta que carecería de sentido si como dijo el presidente esa era una fiesta de ciudadanos y no de políticos. En la ronda de elecciones internas que comenzará el 11 de septiembre sólo votarán los miembros, activos y adherentes del PAN. Si no hubieran pertenecido a él los asistentes a la deslucida reunión del Ángel, los precandidatos no se hubieran molestado en llamar su atención.

El desdén de la población al llamado presidencial y panista se convirtió en drama y aun en tragedia el domingo. Hubo un momento, hace meses, en que parecía muy probable el triunfo del PAN en los comicios mexiquenses. Encuestas de preferencias electorales colocaban a Rubén Mendoza Ayala a la cabeza, y una campaña muy bien financiada reforzó esa posibilidad con la profusa difusión de la imagen del candidato. Pero la división causada en el panismo durante la complicada contienda interna se tornó en lastre que se agregó al desempeño del aspirante, que iba de escándalo en escándalo, de mentira en mentira. De todo dieron cuenta los medios -algunos en ejercicio de la puntualidad informativa, otros para justificar la paga o los guiños provenientes del Gobierno Estatal y el PRI- y Mendoza Ayala los descalificó por igual. El desenlace mostró que siempre es posible empeorar: sufragó ya tarde, y ni antes ni después de votar mostró atención al desarrollo de la jornada electoral. Y de manera inopinada, desconectado de la dirección de su partido, apareció descompuesto a rendirse, a aceptar un resultado que él mismo denunció antes como producto del dinero excesivo y a anunciar que no lo impugnaría. El comité estatal de su partido adoptó otra posición, indicativa de la ruptura con su candidato, y la dirección nacional se desentendió del proceso, a diferencia de lo que hicieron los dirigentes de los otros partidos. Roberto Madrazo voló de Toluca a Tepic, y allí estaba Leonel Cota. Manuel Espino no apareció en ninguna de esas ciudades.

En Nayarit Manuel Pérez Cárdenas se quedó solo. No lo acompañaron líderes de su partido, ni tampoco los votantes. Ciertamente Acción Nacional careció de presencia en Nayarit hasta que hace seis años se unió al PRD y otros partidos, y juntos llevaron al Gobierno Estatal a Antonio Echevarría. Pero este era foxista y no panista, aunque se adhirió al PAN y pretendió ponerlo a su servicio, y a las órdenes de su señora esposa. Cuando la maniobra fue frustrada en el comité nacional (antes de que Espino fuera elegido), Echevarría tradujo su despecho en abandono, y dejó solo al candidato enviado sin armas al combate. Pérez Cárdenas merecía una suerte mejor, un apoyo superior al cinco por ciento que logró con esfuerzo en una campaña polarizada. En suma, aunque el gobernador era un panista por encimita, las cuentas dicen que su partido perdió una gubernatura, no pudo retenerla.

En esas condiciones comienza el PAN su proceso interno para decidir la candidatura presidencial. Hasta 1994 ese trance lo libraba Acción Nacional en una convención de delegados. Se abrió a la votación de sus miembros hace seis años, pero entonces el sufragio fue innecesario (aunque las urnas se abrieron) porque nadie arriesgó prestigio ni dinero enfrentándose a Vicente Fox que en 1997 había iniciado una carrera imparable. Es la primera vez, en consecuencia, que se librará a campo abierto una contienda cuyo resultado es, rigurosamente hablando, impredecible. Hasta antes de entregar permisos para casas de juego con apuesta (de las que están prohibidas por la Ley) y antes de conocerse la agraviante suma que gastó -casi noventa millones de pesos- en menos de un mes para promoverse fuera del partido, como si fuera ya candidato; hasta antes de esos yerros, la figura de Creel brillaba al paso que palidecían las ya pálidas de Calderón y de Francisco Barrio y se retrasaba la entrada de Alberto Cárdenas en la carrera. Su irrupción en ella, y la probable declinación de Creel son factores nuevos en un proceso que podría salirse de control dentro de un partido pasmado.

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